Este caos es suficiente para sacudir la confianza de cualquiera y de hecho, sucede. Los israelíes están perdiendo la confianza, pero creo que es lo mejor, pues ahora podemos empezar a sustentarla en una base sólida.
Déjenme ser claro, debemos tener poder militar. Debemos protegernos lo mejor que podamos y atacar a quienes nos atacan. Sin embargo, si basamos nuestra confianza en la ventaja militar, se derrumbará, como lo estamos viendo ahora. El único poder de Israel siempre fue, es y será para siempre, la unidad de su pueblo, nada más.
No importa que estemos divididos; no importa que nos odiemos profundamente, por nuestras opiniones y cultura diferentes. Si difundimos un dosel de solidaridad por sobre todas nuestras diferencias por el simple hecho de que somos judíos y que la esencia de la condición de pueblo es nuestra unidad por encima de la división, no sufriremos ningún daño. Al contrario, al hacerlo, nos ganaremos el respeto y el favor del mundo. A continuación, hay una parte de la historia judía que cuenta la historia de unidad, división y unidad final y cómo afecta a otras naciones.
Durante el reinado de Antíoco III el Grande (222 a 187 AEC), Judea fue gobernada por el Imperio seléucida, pero disfrutó de autonomía casi total, siempre que pagaran sus impuestos (razonables) al rey. De hecho, en Antigüedades de los judíos, Flavio Josefo escribe que Antíoco el Grande consideraba su deber proteger la autonomía de los judíos. Para mostrar su aprecio por su ayuda y su reverencia por su forma de vida, escribió una carta formal en la que permitía a los judíos vivir de acuerdo a su manera: “Debido a su piedad hacia Dios, [Antíoco decidió] otorgarles, como pensión por su [obra del Templo] … veinte mil piezas de plata, además de abundancia de harina fina, trigo y sal». Su sucesor, Seleuco IV Philopator, mantuvo el status quo de los judíos, que continuaron viviendo sin problemas en Judea.
Incluso Antíoco Epífanes, que sucedió a Seleuco IV, inicialmente no tenía intención de cambiar el status quo en Judea, si no fuera por ciertos judíos que habían decidido incitarlo contra sus hermanos. Esos judíos querían imponer la cultura helénica en Judea y tomar el control del país. Para lograrlo, su líder, Yason [Jasón], le pagó a Epífanes una considerable suma de dinero, para que a cambio, derrocara al Sumo Sacerdote de Jerusalén en ejercicio y le diera el puesto a él.
Jasón rápidamente convirtió a Jerusalén en polis, la renombró Antioquia y construyó un gimnasio al pie del Monte del Templo. Además, los judíos helenistas abandonaron las antiguas costumbres que se relacionaban con el Templo y sembraron división en el país. De hecho, los helenistas sembraron tanta división que incluso pelearon entre ellos, entre los partidarios de Jasón y los partidarios de Menelao (quien en 170 AEC pagó a Antíoco para que expulsara a Jasón y lo convirtiera a él en sumo sacerdote). Cuando Antíoco Epífanes escribió su infame decreto que exigía que todos los judíos se convirtieran en helenistas, muchos de los judíos ya estaban de acuerdo con sus demandas. De hecho, según El libro de los Macabeos (volumen 1), «muchos de los israelitas aceptaron su religión e hicieron sacrificio ante sus ídolos».
Pero conocemos el final de la historia: una familia hasmonea de Modiin se rebeló contra el decreto y bajo el liderazgo de Judá Macabeo, los judíos se unieron y expulsaron a los helenistas. Además, Antíoco V Eupator, que sucedió a Antíoco Epífanes, restauró a los judíos el acuerdo de libertad que había firmado su bisabuelo Antíoco III y puso el sello final a la revuelta hasmonea cuando ejecutó a Menelao, como castigo por atraerlo a una guerra que no quería pelear.
Hoy, veintitrés siglos después de la saga, parece que no hemos aprendido mucho. Como entonces, ahora tenemos que luchar por nuestra libertad, porque antes no luchamos por nuestra unidad. Si este hubiera sido nuestro único enfoque, no habríamos tenido que preocuparnos por nada más, igual que los judíos de Judea disfrutaron de su libertad mientras mantuvieron su unidad.
Mientras sigamos teniendo un país, debemos centrar nuestra atención en nuestra solidaridad, en nuestra unidad, pues esta es nuestra verdadera arma. Mientras luchamos contra nuestros enemigos, debemos luchar aún más contra nuestra separación, pues, al final, determinará el resultado de la guerra contra los árabes.
Rav, esta situación es muy preocupante y lo que he entendido y alcanzado con 11 años de estudio diario de Cabalá, me advierten algo muy triste y terrible. Si no aprendemos, tendremos que vivir algo más grave que lo anterior sufrido. ¿Y qué podría ser ahora más grave que lo sufrido hasta ahora? Perder el Estado de Israel.