Si examinamos los textos de nuestros sabios, a lo largo de los siglos, encontraremos que el éxodo de Egipto detalla un proceso por el que pasamos nosotros, los judíos y que hoy estamos pasando de nuevo. Si nos tomamos el tiempo para entender mejor este proceso, encontraremos respuestas convincentes a muchas de las preguntas más urgentes que los judíos tienen hoy: ¿por qué hay odio judío hacia sí mismos y sus repercusiones?
La historia del exilio en Egipto describe en detalle que todo inició con un odio intenso entre hermanos, específicamente con el odio de los hijos de Jacob hacia José, el hermano menor. Su rencor era tan intenso que querían matarlo y lo hubieran hecho, de no ser por la intervención de Rubén, hijo mayor de Jacob. Por eso, en lugar de matarlo, decidieron arrojarlo a un pozo seco y posteriormente lo vendieron como esclavo a una caravana de ismaelitas que se dirigían a Egipto (Génesis 37:18-28).
Aunque, finalmente, los hermanos deciden “mitigar” su crimen y abstenerse de matar a José, el Talmud (Shabbat 10b) explica que el odio es la razón por la que los hijos de Israel se fueron al exilio en Egipto. Escribe que los hermanos envidiaban a José por ser el hijo favorito de Jacob.
La corrección fue gracias al perdón de José. Aunque ya era el virrey en Egipto y el faraón “se quitó el anillo y lo puso en la mano de José” (Génesis 41:42), José no se vengó en absoluto de sus hermanos. En cambio, les mostró compasión, amor y generosidad. Cuando llegaron a Egipto en busca de alivio del hambre que habían sufrido en Canaán, hábilmente les hizo traer a Jacob, su padre, a Egipto.
El faraón apoyó la unidad de los hebreos. Les dio la mejor tierra de Egipto en forma exclusiva, la tierra de Gosén (Génesis 45:9-11), donde vivieron en prosperidad y se les permitió seguir con su estilo de vida único – mejorar la unidad – sin interrupciones y con su apoyo total. Con el tiempo, esa unidad única se convirtió en la esencia del judaísmo. Como nos dice el libro Yaarot Devash (parte 2, Drush 2), la palabra Yehudi (judío) viene de la palabra Yihudí, que significa unido.
Vivieron en prosperidad durante la vida de José. Los problemas empezaron cuando murió. El faraón, dice el libro Noam Elimelej, es llamado: inclinación al mal. Cuando le dijo a José: “Yo soy el faraón, pero sin tu permiso nadie levantará su mano ni su pie en la tierra de Egipto”, quiso decir que José gobernaría sobre Egipto, porque lo haría en unidad. De otra forma, no tendría ninguna razón para hacer ningún favor especial a los parientes de José.[1]
De hecho, después de la muerte de José, los hebreos no se mantuvieron unidos. Querían ser egoístas como los egipcios. El Midrash Rabbah (Éxodo 1:8) escribe: “Cuando murió José, dijeron: ‘Déjenos ser como los egipcios’”. Por eso, añade el texto, el faraón vio a los hijos de Israel después de José y no reconoció en ellos a José, es decir, la tendencia a unirse. Por eso, el faraón promulgó nuevos decretos sobre ellos.
El libro de la conciencia (capítulo 22) explica de forma aún más explícita que si los hebreos no hubieran abandonado su camino de unidad, no hubieran sufrido.
Liderazgo de Moisés
La nación de Israel permaneció fragmentada hasta que surgió Moisés una de las figuras más importantes de la historia mundial. Cuando llegó, reunió a Israel bajo su liderazgo hasta que, finalmente, escaparon del dominio del faraón, quien se volvió contra ellos después de que Israel se desintegró como nación.
Moisés sabía que la única forma de salvar a los hebreos era sacándolos de Egipto, del ego que había destruído sus relaciones. El nombre hebreo Mosheh (Moisés) se deriva de la palabra Moshej (jalar) porque fue quien sacó del exilio y los llevó a Israel. Es decir, como José antes que él, Moisés reunió al pueblo a su alrededor y lo liberó de Egipto.
En el desierto, al pie del monte Sinaí, cuyo nombre deriva de la palabra Sinaa (odio), el pueblo de Israel consolidó su unidad, hasta el punto de llegar a ser uno solo. Por eso Rashi, gran comentarista del siglo XI, los describió como “un hombre con un corazón”. [2]
Este grado de unidad fue la condición para que los extranjeros que se unieron al mensaje de Abraham fueran declarados nación. Allí, al pie de la montaña, oficialmente nació la nación de Israel. A partir de entonces, nuestro destino dependerá de nuestra unidad. El vínculo entre la desunión y la adversidad no se ha roto desde entonces.
Moisés restauró el compromiso de los hebreos con la unidad, como antídoto contra el ego (interés propio a expensas de los demás) para superar las innumerables pruebas y tribulaciones que enfrentaron. Esta ha sido la esencia del judaísmo desde entonces o como lo expresó Hillel el Anciano, en el Talmud: “Lo que odias, no se lo hagas a tu prójimo; eso es toda la Torá” (Shabbat 31a).
[1] Elimelej de Lizhensk, Noam Elimelej (La afabilidad de Elimelej), Parashat BeShalaj [Porción, “Cuando el faraón envió”].
[2] Rabino Shlomo Ben Yitzjac (RASHI). Interpretación de RASHI sobre la Torá, “Sobre el Éxodo”, 19:2
Basado en el libro Jewish Self-Hatred: The Enemy Within An Overview of Jewish Antisemitism (Auto odio judío: el enemigo interno – Panorámica del antisemitismo judío) del doctor Michael Laitman.
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