Este sábado 16 de julio es el 9 del mes hebreo de Av. Ese día, ambos templos fueron arruinados y los judíos fueron exiliados de su tierra. En el primer exilio, fueron deportados a Babilonia de donde regresaron después de 70 años con la bendición del rey persa, Ciro el Grande, y una carta otorgándoles apoyo imperial para reubicarse en la tierra y reconstruir el Templo.
El período del segundo templo es más complicado que el primero. En medio de esto, los judíos comenzaron a luchar entre ellos, los judíos helenizados intentaban erradicar el judaísmo tradicional e instalar la cultura y la mitología griegas y los macabeos peleaban en contra, querían expulsar al helenismo y restaurar el judaísmo auténtico. En ese período, los judíos perdieron el control sobre el Templo, pero lo recuperaron cuando los Macabeos ganaron la guerra. Finalmente, las batallas internas y el odio entre las facciones judías destruyeron el país, devastaron Jerusalén y demolieron el Templo. Después, los judíos fueron exiliados por dos mil años.
Aunque los historiadores atribuyen ambos exilios a los conquistadores externos, los antiguos textos judíos atribuyen muy poca influencia a los factores externos, si es que las hay. En cambio, atribuyen los problemas del pueblo judío a su propia desunión.
Como si nunca hubiéramos aprendido
El pueblo judío ganó su nacionalidad cuando al pie del monte Sinaí, se unió “como un hombre con un corazón”. Según los antiguos escritos judíos, a los hebreos que salieron de Egipto se les dijo que si se unían, serían declarados nación. Si no lo hacían, el monte los cubriría como bóveda y se sería su lápida. Los judíos, según las fuentes, se unieron y se convirtieron en la nación judía o israelí. Pero en ese momento, también tenían la tarea de ser “luz para las naciones”, es decir, dar ejemplo de unidad al resto de las naciones.
La demanda de que los judíos sean modelo a seguir de la unidad es, desde entonces, el núcleo del odio al judío que emana de otras naciones y también de los judíos que se resistieron a la idea de unidad y quisieron seguir sus agendas individuales (más tarde para convertirse en helenistas). Hace dos mil años, el odio dentro del pueblo judío se volvió tan feroz que se encerraron dentro de su capital, Jerusalén (con la legión romana acampada fuera de los muros), se mataron unos a otros, quemaron depósitos de alimentos de los demás e hicieron que para el general Tito fuera mucho más fácil conquistar la ciudad y destruir el Templo.
El odio entre los judíos fue tan evidente y abominable, que negó al triunfante Tito la emoción de la victoria. Cuando la reina Helena le ofreció la corona de la victoria después de tomar Jerusalén, Tito se negó diciendo que no tenía ningún mérito vencer a un pueblo abandonado por su propio Dios.
El día en que los romanos entraron al Templo y sellaron la derrota judía, se convirtió en un día de luto. Pero no debemos llorar la destrucción de las paredes ni la ruptura del altar. En cambio, deberíamos llorar la ruina de nuestra unidad, nuestro amor fraterno, el abandono de nuestra tarea de unirnos como un hombre con un corazón y ser modelo a seguir para las naciones.
Cuando Hitler explicó en Mein Kampf, por qué su odio a los judíos, expuso su disgusto por la aversión que había entre ellos. “El judío sólo se une cuando un peligro común lo obliga o un botín común lo atrae; si faltan estos dos motivos, la cualidad del ego más grosero se surge en ellos”, escribió. Muchos otros antisemitas escribieron y hablaron de manera similar sobre el pueblo judío. No dedicarían tanta atención a su odio a los judíos, si no esperaran que ellos sintieran lo contrario hacia sus hermanos.
Hoy, casi un siglo después del surgimiento del líder más diabólico y genocida en la nación más avanzada, moderna y civilizada de la época, los judíos aún no aprenden nada. Una vez más, la división y el odio interno son rampantes, tanto dentro como fuera de Israel. Los grupos judíos y antijudíos, se vuelven cada vez más estridentes y gritan con indignación que solo su camino es correcto, que los judíos con otros puntos de vista son ignorantes e inferiores. No se dan cuenta de que su afirmación, ante los ojos de las naciones que anhelan tan desesperadamente, no depende de su ideología, sino de su unidad, precisamente con los hermanos a los que odian.
Desde la perspectiva del mundo, nada ha cambiado. Aún tenemos la tarea de ser luz para las naciones, de dar ejemplo de unidad y aún se nos odia por mostrar lo contrario. Vasily Shulgin, un miembro de alto rango del Parlamento ruso antes de la revolución de 1917 y autoproclamado antisemita escribió en su libro Lo que no nos gusta de ellos …: “Los judíos en el siglo XX se volvieron muy inteligentes, efectivos y vigorosos para explotar las ideas de otros. Pero,” dice “esa no es ocupación para maestros y profetas, ni el rol de guías de ciegos ni el papel de portadores de cojos”.
En el fondo, cada judío se siente en deuda con el mundo. En el fondo, sentimos el llamado de nuestra vocación. Pero nunca estaremos a la altura de nuestra tarea si nos odiamos unos a otros. Lo haremos sólo si mostramos al mundo que por encima de nuestros grandes desacuerdos, que nos amamos como familia. Aunque no podemos estar de acuerdo en nada, formamos una unión que sea más fuerte que cualquier disputa. Nuestras divisiones son el vehículo con el que podemos mostrarle al mundo lo que es unidad, pero sólo si nos enfrentamos al desafío y nos unimos por encima. Si lo hacemos, el mundo verá que la unidad es posible, por muy profundo que sea el abismo entre las personas y las naciones. Si seguimos evitando la unidad, el mundo seguirá culpándonos de la división en el mundo y nos hará pagar por su sufrimiento
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