El 9 del mes hebreo de Av vino y se fue hace unos días, pero parece que siempre está aquí. El “odio infundado” u odio sin causa, que motivó la ruina del Segundo Templo y la expulsión del pueblo de Israel de la tierra de Israel, hace dos milenios, sigue muy vivo entre nosotros. Puede manifestarse de diferentes maneras, pero su potencial destructivo es igual de inmenso y a menos que lo superemos, nos infligirá otra ruina.
El significado de la ruina del Templo no está en la destrucción de la estructura del Templo, sino en la ruina de nuestra unidad y solidaridad, que son el núcleo del pueblo de Israel. Desde que se hizo añicos en un violento enfrentamiento, hace dos mil años, no ha sido restaurado.
Los israelíes de hoy no son conscientes de la importancia primordial de la unidad de nuestro pueblo ni de por qué nuestros sabios insisten en que la responsabilidad mutua sea la base de nuestra nación. Y si no comprendemos estos principios básicos de nuestra nación, no podremos construir un país fuerte ni una sociedad estable.
El duelo por la destrucción del Templo no es por las piedras; es el amor que perdimos. Y ese amor se sigue perdiendo, como dicen nuestros sabios: “La generación en cuyos días no se construye el Templo, es como si en aún se estuviera arruinado” (Talmud de Jerusalén, Yoma 1:1) y el sabio Jida explicó, “porque [el Templo] no se construye por el odio infundado y es como si se volviera a arruinar, pues esa fue la razón de su ruina”.
De hecho, la situación no está mejor; el odio entre nosotros se intensifica constantemente. La creciente violencia, vulgaridad y anulación mutua son expresiones del creciente odio. Es claro que un país no puede sobrevivir si sus facciones luchan entre sí hasta querer destruirse y no en bien del país.
A menos que nos controlemos y decidamos que ya hemos tenido suficiente, destruiremos nuestro propio país una vez más. Aunque nuestro corazón se niegue, debemos obligarnos a construirlo, esforzarnos, ayudarnos entre nosotros, hacer lo que la gente hace cuando se ama, aunque sea en contra de nuestra voluntad. Es difícil, pero es nuestra única opción si queremos sobrevivir como nación soberana.
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