El editor de uno de los periódicos en los que, regularmente, escribo artículos de opinión, me pide más información sobre mi mensaje de que, si los judíos no están unidos, incitan antisemitismo. Específicamente, quiere conocer las fuentes que me llevan a hablar con tanta insistencia.
Tiene razón; la gente necesita saber de dónde vienen las ideas, especialmente las que son difíciles de aceptar. Por eso, decidí escribir una serie de artículos que expliquen de dónde vienen los judíos y por qué siempre han sido odiados, salvo breves excepciones que, tampoco terminaron bien.
Antes de comenzar, me gustaría recomendar mi última publicación sobre este tema, La elección judía: Unidad o antisemitismo, Hechos históricos sobre el antisemitismo como reflexión sobre la desunión social entre judíos. Tiene una información muy amplia sobre los orígenes del pueblo judío, la raíz del odio a los judíos, lo que deben hacer al respecto y para que entiendan que su destino se relaciona directamente con su unidad o falta de ella. En esta serie, daré fuentes, pero no tanto como las que hay en el libro.
En los primeros artículos, me centraré en el origen de nuestra nación. Mostraré que el antisemitismo, aunque sin ese nombre, comenzó tan pronto como nuestra nación se formó.
Abraham, el padre de la nación, era un hombre inquisitivo. Hijo de un venerado sacerdote llamado Tera, se unió al negocio familiar y trabajó en la tienda de su padre vendiendo amuletos e ídolos. En Mishné Torá, la famosa composición de Maimónides, sabio del siglo XII explica que Abraham “no tenía ni maestro ni tutor. Vivía en Ur de los caldeos [ciudad babilónica] entre los incultos adoradores de ídolos. Su madre y su padre y toda la gente adoraba a las estrellas y él … las adoraba junto con ellos».
Pero como acabo de decir, Abraham era inquieto; los ídolos no le satisfacían. “Su corazón vagó y buscó, hasta que alcanzó el camino de la verdad y comprendió la línea de la justicia con su propia sabiduría correcta”, escribe Maimónides.
Abraham entendió que sólo había una fuerza en el mundo y llamó a esa fuerza «Dios». Para sus contemporáneos adoradores de ídolos, era un pensamiento revolucionario, «blasfemo», si se quiere. A pesar de la objeción de su padre e incluso de la consternación del rey Nimrod, Abraham insistió en difundir el mensaje a sus compatriotas. “Plantó este principio en sus corazones y escribió libros al respecto”, escribe Maimónides. “Enseñó a su hijo, Isaac e Isaac enseñó y advirtió e informó a Jacob y lo nombró maestro, para que enseñara y guiara a todos los que lo acompañaban. El patriarca Jacob enseñó a todos sus hijos, separó a Leví y lo nombró jefe y lo hizo estudiar y aprender el camino de Dios y guardar los mandamientos de Abraham”.
Los libros que escribió Abraham nos dicen que dos fuerzas emanan de la fuerza singular llamada Dios: dar y recibir. Explican que toda la realidad está formada por interacciones entre las dos fuerzas. Cuando están en equilibrio, todo marcha sin problemas; cuando no lo están, suceden cosas malas.
Abraham notó que en sus días, la fuerza de recepción se estaba volviendo significativamente más intensa que la fuerza de otorgamiento. Se dio cuenta de que la gente se había vuelto más egocéntrica e impaciente y trató de animarlos a ser más amables entre sí para equilibrar dar con recibir. Por eso, hasta hoy, Abraham representa misericordia y bondad.
Los babilonios, orgullosos y egoístas, decidieron construir una torre que demostrara su grandeza. Sin embargo, la torre, que ahora llamamos Torre de Babilonia, fue un testimonio de su odio mutuo. El libro Pirkey de Rabbi Eliezer, en uno de los Midrashim (comentarios) más destacados de la Torá ofrece una descripción vívida de la vanidad de los babilonios: “Nimrod dijo a su pueblo: ‘Edifiquémonos una gran ciudad y habitemos en ella, no sea que estemos esparcidos por la tierra … y construyamos una gran torre dentro de ella, que se eleve hacia el cielo … y hagamos para nosotros un gran nombre en la tierra’”.
Pero más importante que su vanidad, el comentario da un atisbo de la alienación de los babilonios: “La construyeron alta … [y] si alguien se caía y moría, no importaba. Pero si caía un ladrillo, se sentaban y lloraban y decían: «¿Cuándo vendrá otro en su lugar?»
A pesar de las advertencias de Abraham de que su camino no los llevaría a ningún lado bueno, se burlaron de él. El libro Kol Mevaser escribe que Abraham “salía y gritaba en voz alta que hay un Creador en el mundo”. Por desgracia, “a la gente le parecía que estaba loco, y niños y adultos le lanzaban piedras. Pero a Abraham no le importó y siguió llamando».
A pesar de la burla, los esfuerzos de Abraham no quedaron sin recompensa. Después de que fue expulsado de Babilonia y se fue a la tierra de Canaán, siguió divulgando su descubrimiento. Las elaboradas descripciones de Maimónides nos dicen que “Comenzó a llamar a todos … vagando de pueblo en pueblo y de reino en reino, hasta que llegó a la tierra de Canaán … Cuando [la gente en los lugares por donde vagaba] se reunía alrededor, le preguntaba sobre sus palabras y él enseñó a todos… hasta que los llevó al camino de la verdad. Finalmente, miles y decenas de miles se reunieron a su alrededor, son el pueblo de la casa de Abraham”.
Ese fue el comienzo del pueblo judío: una asamblea de personas que no tenían nada en común, más que la convicción de que recibir debe equilibrarse con dar y que estaban dispuestos a esforzarse para desarrollar la cualidad de la misericordia dentro de ellos.
En el siguiente artículo, me centraré en la entrada de los descendientes de Abraham en Egipto y el inicio del odio a los judíos.
Interesante explicar que Abraham nuestro padre haya recorrido muchas tierras explicando de una forma sencilla la nesecidad de formar uan ciudadanía vasada en el amor y la justicia social para con el necesitado,sin colocar sobre su cuello un rotulo