Según el calendario judío, Pésaj es en realidad cuando empieza el año. Oficialmente, el comienzo del año es en Rosh Hashaná, pero en el calendario judío existe también un nivel más profundo, oculto, que detalla nuestro desarrollo espiritual interno.
La nación judía es especial. No fue formada por vínculos biológicos o por proximidad geográfica, sino por la adhesión a una idea: ¡la idea de la unidad! Nos convertimos en una nación solo cuando accedimos a vivir “como un solo hombre con un solo corazón”, y se nos encomendó la misión de ser “una luz para las naciones” cuando nos comprometimos a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y es en Pésajdonde empezó todo.
Hasta que nació Moisés el pueblo de Israel fue muy feliz en Egipto. Tenían riquezas y prosperidad, y disfrutaban de las comodidades de la vida con “ollas de carne” y “pan en abundancia” (Éxodo 16:3). Pero la felicidad material no nos puede llevar más lejos. Y es parte de la naturaleza humana que cada vez que tenemos lo que queremos empezamos a desear algo más, algo más elevado. Es entonces cuando comenzamos a buscar el placer en la conexión humana.
El momento en que se inicia todo es con el nacimiento de Moisés: la aspiración a la fraternidad y la conexión. Existió desde el principio, desarrollándose en la casa del Faraón y disfrutando de los placeres materiales que puede ofrecer la vida hasta que quedó colmado de ellos.
En ese momento comienza el exilio de Egipto. El Faraón –nuestro egoísmo– no puede amparar las ideas de fraternidad, conexión y responsabilidad mutua. Las aborrece y las desprecia.
Y sin embargo, cuanto más se desarrollaban los hijos de Israel como individuos y como sociedad, más sentían que la unidad era el siguiente paso; era algo que debía acontecer. Los hijos de Israel pasaron por un proceso similar al que tiene lugar hoy en día: nos estamos dando cuenta de que la felicidad, la salud y el bienestar general dependen de la calidad de nuestras relaciones interpersonales. El Faraón no quería torturar a los hijos de Israel, simplemente quería que siguieran satisfaciéndole a él, al ego, en lugar de seguir a Moisés y dirigirse hacia la fraternidad y el apoyo mutuo. Pero cuando mostraron su desacuerdo, se convirtió en el rey perverso que todos conocemos por la historia.
Nuestros antepasados persistieron en su unidad y al final ganaron. Se unieron a los pies del Monte Sinaí y recibieron la ley, cuya esencia se expresa en unas pocas palabras: “El amor es el mandamiento sobre el que se sostiene toda la Torá: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’”. Los hijos de Israel se limpiaron cuidadosamente del Jametz (levadura), del egocentrismo dentro de ellos, y pasaron por encima del egoísmo hacia la fraternidad; y se convirtieron en una nación unida entre sí, unidos por la idea del amor a los demás.
Hoy, a medida que nos damos cuenta de lo que supone el sueño americano, y entendemos que la realidad es que no podemos basar nuestras sociedades en la competencia y el aislamiento, empezamos a sentirnos cada vez más como los hijos de Israel en el exilio. Hasta ahora Egipto fue divertido, pero ahora se está volviendo hostil y cada vez se parece más al exilio.
Este es el momento de reavivar nuestra fraternidad y el amor a los demás y pasar por encima una vez más. Es el comienzo de un nuevo año, de una nueva era en nuestra sociedad. Es el momento para pasar a un nuevo paradigma en las relaciones.
La cultura del “yo, yo, y solo yo” se ha agotado sencillamente porque, confinados en nuestras corazas individuales, no somos felices. Para poder ser felices, nosotros, los descendientes de los hijos de Israel, como nuestros antepasados, debemos movernos desde el egoísmo hacia la fraternidad y el apoyo mutuo.
Imagine la vida que tendremos cuando empecemos a preocuparnos unos por otros. Nadie tendrá que luchar contra las dificultades de la vida porque todo el mundo echará una mano. Y del mismo modo, disfrutaremos ayudando a los demás. Y como cada uno de nosotros cooperará con sus vecinos, nuestros vínculos se fortalecerán y crearemos lazos para construir una sociedad basada en la amistad, la calidez y la unidad. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” dejará de ser un cliché para convertirse en lo que siempre debió ser: nuestra realidad.
En los últimos tiempos ha habido en la prensa numerosas menciones a la desunión de la comunidad judía. Es una buena señal. Demuestra que estamos empezando a ver la fragmentación y el distanciamiento como el origen de nuestros problemas. Siempre habrá diversidad, pero en lugar de sentir recelo de ella… ¡debemos aceptarla! Cuanto más diversos seamos, más crecerá nuestra fraternidad, siempre y cuando valoremos la unidad por encima de todo.
Y hay otra ventaja. A medida que nos unamos por encima de nuestras diferencias podremos ofrecer un modelo de comunidad floreciente que progresa gracias a su diversidad, y no a pesar de ella. Esto es algo que el mundo de hoy necesita desesperadamente. Y podemos proporcionárselo. Lo tuvimos cuando salimos de Egipto, y podemos hacer que vuelva de nuevo ahora y compartirlo con el mundo. En este sentido podemos llegar a ser “una luz para las naciones”, un rayo de esperanza para el mundo.
Esta Pascua, pasemos por encima de la alienación hacia la fraternidad, y de la indiferencia al apoyo mutuo. En resumen, salgamos todos de Egipto, juntos.