Los resultados de las elecciones israelíes han tenido un interesante efecto secundario: los israelíes descontentos, presumiblemente del lado izquierdo del mapa político, empiezan a explorar la posibilidad de «abandonar» Israel. Han creado grupos de Facebook con títulos como: «Abandonar Israel juntos», en los que debaten a dónde ir.
Al parecer, no sólo se habla del tema. La Autoridad de Población e Inmigración de Israel publicó una actualización (en hebreo) de su anuncio de que «debido a la gran demanda de renovación de pasaportes, los ciudadanos israelíes con pasaporte extranjero podrán salir del país con ese pasaporte».
Por un lado, me parece bien que la gente no sea indiferente. Por otro lado, no creo que el fenómeno de abandonar la patria, «dejarla» por insatisfacción con la elección de la mayoría del pueblo, en unas elecciones libres y democráticas, se de en ningún lugar fuera de Israel. Pero Israel es, en efecto, un país libre; si quieren dejar el país, no tengo ninguna objeción.
Tal vez sea un rasgo judío, una obstinación característica que hace que la gente sienta que si las cosas no salen como quiere, se va. Al mismo tiempo, este fenómeno no se da cuando ocurre lo contrario, cuando la izquierda gana las elecciones.
Otro fenómeno interesante, que quizá no sea exclusivo de los israelíes, es la dura crítica a la patria, cuando se vive en ella y la falta de crítica cuando se vive en el extranjero. Es evidente cuando se ve que los israelíes, que viven en Israel, critican al gobierno, la policía, el sistema judicial, el sistema educativo y básicamente, todas las instituciones que se puedan imaginar y alaban esas instituciones cuando se trasladan al extranjero.
Puedo entender por qué la gente de izquierda se va cuando las cosas no van como quiere. En general, la derecha se esfuerza por unir a la sociedad israelí, mientras que la izquierda se esfuerza por controlarla. Cuando la gente de izquierdas no tiene el control, le resulta muy difícil quedarse aquí. Si renuncian a la esperanza de recuperar el control, lo dejan. Es cuando se van.
Desde la perspectiva del mundo, creo que es mejor así, porque si los judíos no quieren unirse, es mejor para ellos y para el mundo, que no estén juntos ni estén en Israel. En Israel el odio entre izquierda y derecha es tan profundo que parece imposible tender un puente.
Sin embargo, precisamente lo que debemos superar es el odio entre nosotros. Si lo usamos correctamente, nos elevamos por encima y nos unimos, seremos una nación modelo, el símbolo de unidad que el mundo abrazará. Pero, ¿quién lo entiende? Lamentablemente, muy, muy pocos.
Antes de que comprendamos que el odio no nos fue dado para nosotros, sino como base para construir una unidad muy fuerte, por encima de él, no podemos salvar nuestras diferencias. Como lo vemos, ni siquiera podremos compartir el mismo país.
Aún así, ni el Estado de Israel ni los judíos de ultramar, podrán resolver sus problemas, hasta que entendamos que debemos trascender el odio. No puede haber amor sin odio, porque el odio alimenta el amor. Por eso, el rey Salomón dijo: «El odio suscita la contienda y el amor cubrirá todas las transgresiones» (Proverbios 10:12). Es la fórmula de la paz, la fórmula de unidad y el único principio que debe guiar nuestras acciones.
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