¿Nos quejamos cuando nuestros niños pasan demasiado tiempo con el celular? La proveedora de servicios médicos Maccabi en Israel tomó muy en serio esta queja y realizó un estudio muy interesante, para el cual optaron precisamente por observar la conducta de los padres durante el tiempo de espera y durante el tratamiento en el Instituto de desarrollo infantil.
Estudios sobre el tema revelan que concentrarse demasiado tiempo en el teléfono produce trastornos en la comunicación. Los resultados del estudio fueron predecibles y dramáticos: el 83% de los padres estaban inmersos obsesivamente en el celular. Las conclusiones también fueron predecibles y dramáticas: los investigadores instaron a los padres a apagar su celular cuando estaban con sus hijos.
Pero, ¿quiénes somos nosotros para criticar la naturaleza y las etapas de desarrollo del hombre tal como las visualizamos? Antes de que el bebé deje el chupete, ya mira videos en YouTube. Antes de entrar a primer grado escolar ya domina perfectamente todos los juegos en la red. La nueva generación tiene acceso natural a las computadoras, un sentido positivo en base al espíritu de la época. No fuimos nosotros quienes les inculcamos ese deseo, sino la naturaleza.
El problema no está en los niños, pues es su evolución natural, sino en los padres. Tampoco hay una queja verdadera hacia ellos por el uso excesivo del celular, porque día tras día nos preocupamos más por nosotros mismos. Nuestra naturaleza egoísta crece más y más, y nosotros nos hundimos en ella aún más. Como resultado, nuestra sensibilidad por el prójimo va disminuyendo, también en relación a nuestros propios hijos; entonces, ¿qué podemos dar a nuestros hijos como padres?
Supongamos que prestáramos atención a los niños sin accesorios tecnológicos, ¿sabemos acaso en qué interesarlos?, ¿qué contenido significativo saciará sus deseos? Si dudaron por un segundo, entonces, ¿qué sentido tiene que los desconectemos de los teléfonos celulares y nos impongamos? Al menos conviene que mantengamos la reunión común en la que cada uno está inmerso en su propia pantalla de celular, en vez de estar completamente dispersos.
No debemos temer que nuestros hijos se conviertan en mutaciones virtuales. Ellos de por sí han nacido en un espacio virtual: estudios en la red, amigos en la red, compras en la red, juegos en la red, cultura en la red; ¿qué tienen para hacer fuera de la pantalla de 4.7 pulgadas?
Ya se acabaron los días en los que la generación joven elegía salir a pasear por el bosque y descansar a orillas del río. Ni siquiera les interesa merodear por el espacio urbano. Ellos merodean en la red. Como mucho, están dispuestos a aceptar reunirse en un café en el que cada uno está absorto en su propia pantalla. Por eso, así como no lloramos por los dinosaurios que se han extinguido, no debemos llorar por las épocas que pasaron.
El mundo está pasando por un cambio esencial. De a poco se va abriendo un espacio más espiritual, virtual, integral, que incluye todos los sentimientos, los conocimientos y todas las experiencias en su interior. Los jóvenes son los primeros en sentir el cambio de forma inconsciente. Se sienten atraídos, anhelantes, y se encuentran en un movimiento interno constante hacia una nueva realidad. Solo que el nuevo espacio integral exige una adaptación, una nueva programación de las cualidades que expresan una comunicación mutua y una entrega.
Por lo tanto, ¿qué nos queda por hacer? Adaptarnos a la nueva época. Tratar de pensar cómo utilizar correcta y eficazmente todo lo que se está despertando en nuestro interior. Si de hecho ya todos están inmersos en los aparatos celulares, al menos procuremos crear un entorno sano para ellos: limitemos los contenidos dañinos que incentivan ejemplos negativos de cualquier forma en que afecten a las personas, y a la vez creemos disciplinas fascinantes que enseñen a los niños (y también a nosotros) cómo evoluciona la naturaleza y nos desarrolla para vivir en un mundo armónico y cómo debemos conectarnos de forma esencial unos a otros y encontrar el beneficio de las relaciones entre nosotros.
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