En Israel, hace algunas semanas se levantó la orden de usar mascarillas. Aunque su aplicación había sido laxa durante los últimos meses o desde antes, ahora es oficial y la gente dice que puede respirar libremente. Pero ¿podemos? Ya quisiéramos. Podemos despedirnos de esa orden, pero vendrán otras, porque tenemos más lecciones que aprender.
Aprendimos mucho en estos dos años de mascarillas y vacunas. El virus envolvió a toda la humanidad y nos convirtió en una sola masa. En el trabajo, en la calle, en el transporte, en los aviones, en los lugares públicos, empezamos a sentir nuestra interdependencia. Antes del virus, nada se había logrado.
Sin embargo, su labor de unirnos no terminó, acaba de empezar. No me cabe duda de que en un futuro cercano veremos la secuela.
La cuestión es que llegó el momento de fundirnos, de empezar a ser uno. Si no lo hacemos voluntariamente, la realidad nos impulsará a hacerlo de todos modos.
Tal vez llegó el momento de quitarse las mascarillas. Solíamos decir que debíamos usarlas, no para evitar ser infectados, sino para evitar infectar a los demás, especialmente a ancianos y a gente físicamente vulnerable. Pero como a nadie le importa ya ese argumento, parece que su beneficio social se agotó y necesitamos un nuevo látigo que nos obligue a conectarnos.
Además, hay muchas entidades que quieren que el mandato se detenga. El Ministerio de Salud, el Ministerio de Educación y otros organismos gubernamentales, quieren que se deje de usar cubrebocas para ganar popularidad. Que dentro de unos meses lo paguemos con nuestra salud, es irrelevante.
Lamentablemente, no estamos saliendo de la pandemia como deberíamos. Esperaba que saliéramos unidos, pero estamos más divididos que nunca. Por eso, no me cabe la menor duda de que vendrá una nueva plaga más violenta y que nos obligará a unirnos,
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