Hace algunas semanas, el editorial del Harvard Crimson Print declaró en sus titulares que el diario universitario «Apoya el boicot, desinversión, sanción y una Palestina libre». Adopta por completo la narrativa del Comité de Solidaridad Palestina (PSC) de la Universidad de Harvard, elogia sus «Jueves de Keffiyeh» y su «Muro de resistencia colorido y de múltiples paneles a favor de la libertad y la soberanía palestina», el periódico declaró: «… deseamos extender nuestro sincero apoyo a quienes han sido y siguen siendo objeto de violencia en la Palestina ocupada. … Este consejo editorial apoya amplia y orgullosamente la misión y el activismo de PSC”. El documento reconoce que “el pueblo judío, igual que todos los pueblos, incluidos los palestinos, merece una vida en paz y segura”, pero cuando se trata de soberanía, el documento sólo da este derecho a los palestinos.
Al mismo tiempo, los redactores del editorial “sienten la necesidad de afirmar que el apoyo a la liberación palestina no es antisemita. Nos oponemos sin ambigüedades y condenamos el antisemitismo”. Es interesante que la objeción a la existencia misma del Estado judío, un nivel de desaprobación y denuncia que ni siquiera Rusia ni Corea del Norte enfrentan, no se considera antisemita, sino un «principio fundamental que debemos defender» en la junta.
No debemos dejarnos engañar por el fino velo de moralismo del periódico; es antisemita hasta la médula. Al mismo tiempo, no deberíamos culparlos por escribir esos editoriales, cuando los mismos estudiantes judíos se sienten así hacia Israel. Pero cuando se trata de judíos, la única diferencia que realmente importa a los activistas del BDS, a los profesores universitarios antisemitas, a los nazis o a quien sea, es la diferencia entre judíos y no judíos. Para ellos, el resto, es detalle.
El editorial del Crimson no sorprende. Es parte de una creciente ola de antisemitismo, cuyo fin será otra catástrofe para el pueblo judío. El editorial y también la deslucida respuesta de la comunidad judía apuntan a que nosotros, los judíos, no nos desempeñamos correctamente. Y si no hacemos lo que debemos hacer, no debemos esperar nada positivo en nuestro futuro. La posición del editorial ganará terreno y los judíos seguirán en silencio hasta que desaparezcan, ya sea física o espiritualmente, probablemente ambas cosas.
Nuestra única respuesta a esas publicaciones debe ser mayor unidad. Ninguna protesta ni debate con antisemitas ayudará, sólo un mayor enfoque en la unidad interna entre judíos; esa es la única respuesta al antisemitismo y lo único que lo disminuirá. La simpatía judía con el BDS no es nuestro principal problema, sino lo que refleja esta simpatía: la profundidad de la división judía. Mientras más divididos estamos, más aumentará el antisemitismo.
Hoy, tenemos partidarios del BDS incluso en el gobierno israelí. Es decir, dentro del gobierno israelí hay gente que está en contra del Estado de Israel. Si suena absurdo, lo es.
Para juzgar el antisemitismo, debemos entender por qué hay judíos. Entiendo por qué los judíos no simpatizan con su propia herencia. Porque son parias. Pero, si supieran lo que es ser judío, la noble misión que se nos encomendó y que el mundo exige que cumplamos, tal vez verían su herencia con más respeto.
El solo hecho de se nos señale como responsables de tantas desgracias, demuestra el poder que tenemos ante los ojos del mundo. Demuestra que el mundo cree que podemos hacer un gran bien y está enojado con nosotros por no hacerlo. Por eso, lo único que necesitamos hacer es averiguar cuál es el beneficio que el mundo nos exige.
El beneficio que podemos y debemos dar a la humanidad es nuestra responsabilidad mutua. Somos el pueblo que concibió esta noción, cuando establecimos nuestra nación por primera vez. Acuñamos dichos como «Lo que odias, no lo hagas a tu prójimo» y «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Nos convertimos en nación, hasta que nos unirnos «como un hombre con un corazón» e inmediatamente después se nos ordenó ser «luz para las naciones», ser ejemplo mundial de unidad.
Pero, perdimos nuestra unidad y caímos en un odio abismal entre nosotros. En este estado, no servimos a nuestro propósito, no somos modelo de responsabilidad mutua ni de unidad, por eso, condenamos al mundo a una perpetua belicosidad.
Todos, menos nosotros, lo sienten y nos odian por eso. Somos los únicos ajenos a nuestra misión y por eso no entendemos lo que quieren de nosotros. Si bien la humanidad no puede articular su agravio, el hecho de que nos acuse de belicistas, demuestra que cree que podemos eliminar la beligerancia.
De hecho, podemos hacerlo restaurando nuestra unidad interna por encima de nuestras divisiones. Así, seremos «luz para las naciones». Si restauramos nuestra responsabilidad mutua, nos convertiremos en el modelo que el mundo exige que seamos y ganaremos el respeto y la gratitud del mundo. Hasta entonces, dejaremos de ver editoriales antisemitas, pues la gente entenderá por qué hay judíos y por qué hay un Estado judío.
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