A medida que el mundo se escora cada vez más hacia los extremos, el fascismo, el racismo, el fundamentalismo, el nazismo y antisemitismo aumentan constantemente. Todo el mundo se posiciona y las personas se vuelven cada vez más agresivas. Los egos se están apoderando de nosotros y causan tal odio entre naciones que las personas somos incapaces de comunicarnos, y mucho menos de lograr la paz.
Si echamos una rápida ojeada a la historia de la humanidad, la impresión es que ha sido un continuo baño de sangre. Nuestras civilizaciones han ido avanzando guerra tras guerra. En un primer momento, logramos desarrollar la tecnología principalmente con fines belicistas –aunque no exclusivamente– y solo después pasó a tener un uso civil en ámbitos como la ciencia, la medicina o el ocio. Todo lo que hace el ser humano parece estar motivado por un deseo de dominar, manipular, someter para, finalmente, destruir o esclavizar a otros. Y esto se cumple en todas las formas de relaciones humanas: desde la política internacional hasta la unidad familiar. Es la naturaleza humana.
Con el cambio de siglo hemos presenciado un incremento exponencial del ego. Aislados en nuestras corazas, durante las dos últimas décadas nos hemos vuelto incapaces de comunicarnos. Al mismo tiempo, el desarrollo de la realidad va en la dirección opuesta: nos empuja a unirnos cada vez más estrechamente, haciéndonos cada vez más interdependientes e interconectados. Sin embargo, dado que no podemos soportarnos, ¡se produce el conflicto!
Es preciso suprimir, amortiguar, este conflicto de fuerzas entre nuestro deseo de estar solos y nuestra obligada conexión, y por ello nos abalanzamos sobre las drogas. Hoy en día, una mayoría de personas en el mundo occidental toman algún tipo de antidepresivo, ya sea bajo medicación prescrita, cannabis “medicinal” o bajo otras formas de abuso de sustancias. Hacemos todo lo posible para huir de la realidad porque no toleramos estar juntos; pero tampoco es posible sobrevivir en soledad.
Y cuando la gente no puede calmarse, no tiene más remedio que descargar sus frustraciones. Entonces es cuando se vuelven agresivos y violentos.
Es como una pareja que han vivido juntos durante algún tiempo. De vez en cuando tienen que “liberar tensión” y aliviar las presiones de la relación. Estas disputas domésticas simplemente las tratamos como parte de la relación, pero en realidad son reflejo de nuestros egos inarmónicos. Expresamos nuestras discrepancias, nos peleamos y seguimos adelante. De lo contrario, habría que divorciarse.
Del mismo modo, nuestra sociedad humana está cansada de las guerras totales en las que se movilizan ejércitos enteros y mueren decenas de miles. Si tenemos en cuenta que hoy en día, probablemente cualquier guerra entre dos países arrastraría a otras naciones a la contienda, aumentando la probabilidad de una tercera guerra mundial, y teniendo en cuenta el riesgo real de que el bando perdedor podría optar por las armas nucleares ante la perspectiva de una derrota, es demasiado arriesgado embarcarse en una guerra a gran escala. Por lo tanto, a pesar de sus dolorosas consecuencias, los ataques terroristas como el que tuvo lugar en el aeropuerto Ataturk de Estambul, parecen la opción menos sangrienta.
A no ser que cambiemos taxativamente el rumbo.
Sin un cambio de rumbo cada vez nos aislaremos más y seremos más hostiles unos con otros, hasta que nos veamos metidos en una batalla que arrollará a toda la humanidad. O bien podemos tomar un camino distinto. Sencillamente se trata de decir cuanto antes: “¡Ya basta!”
Cuanto antes decidamos cambiar, más fácil y rápido resultará. Lo único necesario es concluir que no podemos eliminar nuestros egos y que por lo tanto ¡hay que tratar de ir por encima de ellos! Por ejemplo, si el deseo de dominar lo usamos en beneficio de la sociedad –para impulsar por ejemplo que unas comunidades ayuden a otras– estaremos impulsando la amistad entre comunidades en vez de la hostilidad y la competencia, además de potenciar la cohesión dentro de la comunidad que ofrece la ayuda. Si la gente desea fama, hagámoslos famosos por haber hecho un bien a los demás. Nunca se dio el caso de que alguien ayudara a otros y se sintiera mal. Tenemos que sacar partido a esa fuerza positiva que existe en cada uno de nosotros y utilizarla para nuestro beneficio.
Podemos optar por construir sociedades ejemplares, construir el cielo en la tierra; o podemos optar por no actuar y dejar que nuestra mala voluntad siga al mando. El resultado será el mundo que vemos hoy en día, un mundo reflejo nuestra mala fe.
Sin embargo, si aceptamos el hecho de que ya estamos conectados y lo usamos en nuestro beneficio, para construir comunidades unidas, entonces nuestra conexión no nos resultará molesta ni tendremos necesidad de ahogar nuestros sentimientos en las drogas. Disfrutaremos en nuestra conexión, ya que es mucho que lo que nos puede proporcionar. La ciencia ha demostrado que las personas conectadas socialmente son más sanas y felices: dentro de la sociedad existe una fuerza de la cual se alejan los solitarios desaprovechando sus beneficios. Podemos adiestrarnos a nosotros mismos y aprender a utilizar nuestra naturaleza egoísta en pro del bien común, para que toda la sociedad pueda beneficiarse del deseo de todos por el aprecio y el entendimiento. Cuando nuestros logros son compartidos, se multiplican. Del mismo modo que dice el refrán: “las penas compartidas duelen menos”, la alegría compartida, nos complace mucho más.
Cuanto antes comprendamos este principio y empecemos a construir una sociedad en consonancia, antes cambiaremos el curso de nuestras vidas. Nuestro futuro depende de esta decisión: y no solamente nuestra felicidad, sino nuestra propia supervivencia física. Así que cuanto antes comencemos a conectar, mejor. Es la única protección efectiva y duradera que tenemos contra el terror y la guerra.