Dr. Michael Laitman Para cambiar el mundo cambia al hombre

¿Por qué Bernie Sanders odia a Israel?

No necesitábamos que Bernie Sanders eligiera a Cornel West –partidario del BDS y crítico con Israel– como artífice de la redacción del programa demócrata para saber cuál es su opinión sobre Israel. Ya en mayo de 1985, cuando Sanders era aún alcalde de Burlington, VT, invitó al también judío y crítico con Israel Noam Chomsky, para dar un discurso en el ayuntamiento. Sanders no protestó cuando Chomsky señaló alegremente que Israel “no quiere una solución política” en Oriente Medio, o cuando afirmó que Israel realizó servicios como un asesino “sucedáneo” para los EE.UU., llevando a cabo asesinatos en masa “en África, Asia y América Latina principalmente”, donde, según Chomsky, Israel masacró “a miles, si no a decenas de miles de personas” en Nicaragua.

Teniendo en cuenta tales antecedentes, no es ninguna sorpresa que Sanders crea que Israel mató a “más de 10.000 personas inocentes” en el último conflicto de Gaza, cuando incluso las más altas estimaciones de Hamás sobre el número víctimas reflejan la cuarta parte de esa cifra.

 

De lo marginal a lo aceptado

Si en la década de 1980 Sanders y Chomsky eran más bien una especie rara en cuanto a creencias, hoy en día podemos decir que son lo comúnmente aceptado. Sidney Blumenthal por ejemplo, ayudante y estrecho colaborador de los Clinton, no es mucho más partidario de Israel que Sanders. Y si nos fijamos, en los lugares más destacados de la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) a Israel, encontraremos a numerosos judíos y ex-israelíes. El movimiento Voz Judía para la Paz (JVP) es otro flagrante ejemplo de organización judía dedicada a debilitar y demonizar Israel.

A lo largo de la historia, el pueblo judío ha sido testigo de cómo los mismos judíos se volvían en contra de su propia gente. Tiberio Julio Alejandro, prefecto de Tito y sobrino de Filón, cuyo padre donó las puertas doradas para el templo, ordenó la destrucción de Jerusalén y la matanza de 50.000 en la comunidad judía de Alejandría de la cual él procedía. En el siglo XV, Tomás de Torquemada, de ascendencia judía, fue el primer gran inquisidor de España y quien diseñó la expulsión de los judíos.

Durante la Segunda Guerra Mundial hubo judíos que lucharon y espiaron para la Alemania nazi. El asistente personal de Stalin, Alexander Poskrebishev, era judío y le asistió en todo, también en su plan para deportar a Siberia a todos los judíos rusos.

Se dice que los judíos son únicos, pero este profundo odio hacia sí mismos no solo es único, sino además muy peligroso.

 

Parias desde el primer día

Desde el principio, nosotros, los judíos, fuimos distintos. Incluso en la época en que éramos llamados “hebreos”, ya vivíamos siguiendo códigos morales y sociales diferentes. Mientras que el resto de las naciones vivían según los dictados de la espada, los antiguos hebreos ejercían el amor fraterno y trataban de amar al prójimo como a sí mismos. Y mientras el mundo fomentaba el individualismo, los hebreos impulsaban el altruismo.

Nuestros antepasados constituían un “conjunto” ecléctico. Su origen no estaba en una tribu ni en una localidad concreta, sino que eran una colección de individuos que aceptaron la idea de que la misericordia y el amor fraterno eran los principios por los que había que vivir. A diferencia de sus coetáneos, los babilonios y cananeos, trataron de no arrojar ego contra el ego y ver quién quedaba en pie. Provenían de este tipo de sociedades y no querían seguir viviendo de ese modo. En lugar de ello, se dieron cuenta de que el ego –al cual ellos llamaron “inclinación al mal”– es efectivamente el mal y que es un rasgo intrínseco (“el pecado está a la puerta”) que solo podemos superar cubriéndolo con amor. En palabras del rey Salomón (Proverbios, 10:12): “El odio agita la contienda, pero el amor cubre todos las transgresiones”.

Por supuesto, no es fácil aspirar a corregir constantemente el ego y amar al prójimo como a ti mismo. Desde el principio, algunos judíos no fueron capaces de cumplir con ese ideal y abandonaron la creencia. De hecho, después del exilio en Babilonia, la mayoría de los judíos abandonaron su fe y se mezclaron con las naciones. Los pocos que retornaron a la tierra de Israel se convirtieron en el pueblo judío que conocemos hoy en día. Ellos fueron los encargados de transmitir el pensamiento de sus antepasados: la idea de que “el amor cubre todas las transgresiones” es la manera de vivir, y que “ama a tu prójimo como a ti mismo” es la gran Klal (la ley que lo incluye todo) de la Torá, la ley judía.

 

El nacimiento del antisemitismo

Cuando los judíos que quedaban en Israel cayeron en el odio sin razón, fueron incapaces de mantener su unidad, el Templo fue destruido y los judíos se esparcieron por las comunidades en el exilio. Pudiera parecer oportuno que Tiberio Julio Alejandro, el mismo que destruyó el templo, fuera judío.

Poco después de la destrucción del Templo, el antisemitismo –ya en su forma más contemporánea con los libelos de sangre, las teorías de la conspiración y las acusaciones de deslealtad– comenzó a predominar en la actitud de las naciones hacia los judíos. En el mejor de los casos eran tolerados por la aristocracia dada su agudeza para la económica y las finanzas. En el peor de los casos, eran asesinados o desterrados.

Sin la capacidad de vivir según el principio de que ellos mismos habían engendrado, los judíos se volvieron tan egoístas como las naciones que los acogían, y un gran número de ellos dejaron de entender por qué debían mantenerse fieles a su religión. Estos judíos asimilados se convirtieron en los más acérrimos enemigos de nuestra nación, albergando un profundo rencor hacia sus allegados. Sabían que nacieron en un credo que estaba destinado a ser “luz para las naciones”; pero ellos no deseaban ser el pueblo elegido y les molestaba el hecho de que el mundo esperara de ellos algo diferente, que fueran más éticos que otros cuando en realidad no lo eran.

Los antisemitas no judíos lo tienen relativamente fácil: simplemente odian a los judíos y rara vez necesitan racionalizarlo. Los judíos antisemitas tienen una vida mucho más complicada: se sienten constantemente obligados a justificarse ante el mundo y ante sí mismo acerca de por qué odian a su propio pueblo.

Al hacerlo, perpetúan y profundizan la desunión judía, alejándonos aún más de la confraternidad que nos impulsó en un primer momento como nación. Y si no podemos confraternizar, no podemos ser “una luz para las naciones”, y por lo tanto hacemos que el odio de las naciones hacia nosotros se vuelva más intenso. Esa es la razón por la que, en los países en los que estamos más integrados pero menos unidos entre nosotros, acontecen las peores catástrofes para los judíos. Así sucedió en España y tiempo después en Alemania.

 

La conclusión

Bernie Sanders es solo un ejemplo. En realidad, todos tenemos en nuestro interior una parte que se siente incómoda con su origen y se resiste a nuestra misión. Al igual que nuestros antepasados, esto es algo que todos tenemos que superar uniéndonos por encima de nuestros egos. Si dejamos que asuma el control ese enemigo de lo judío que llevamos dentro, incrementaremos la división entre nosotros y nos odiarán todavía más.

Cuanto más caiga el mundo en el egoísmo desenfrenado, más necesidad sentirá de un método para hacer frente a ello y más en contra estará de los judíos. Fuimos los únicos que una vez lograron trabajar con el ego uniéndonos por encima de él en vez de intentar aplastarlo en vano; y por eso el mundo nos culpa de sus problemas, sin darse cuenta de que lo que realmente quieren es que nos conectemos y proporcionemos un ejemplo de unidad.

Aunque es posible que no podamos cambiar los Bernie Sanders que existen fuera o dentro de nosotros, pueden servirnos como recordatorio de nuestra tarea: unirnos cubriendo nuestro odio con amor para poder compartirlo a modo de ejemplo con el mundo. Ese método único que tenemos para la conexión se lo debemos a la humanidad. Y ya sea que defendamos el socialismo o el capitalismo, hasta que no pongamos esto en práctica para poder compartirlo, seguiremos siendo los parias del mundo. Nuestro camino hacia la libertad no consiste en odiarnos unos a otros y unirnos con el mundo: consiste en primeramente amarnos unos a otros y después unirnos con el mundo.

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