El “Brexit” es solo el principio. Cuando naciones que han estado enemistadas entre sí durante siglos se ven obligadas a unirse, tiene que haber una motivo más fuerte para conectar que el simple deseo de formar una fuerza que contrarreste la potencia económica de China o los EE.UU. En ausencia de un genuino deseo de unidad, cualquier acto de unión es inevitablemente ficticio, opresivo y tiene los días contados.
Revelaciones en Provenza
En 1993 mi hermano propuso que nuestras familias fueran juntas de viaje a Francia. Me pareció una buena idea, así que pasamos gran parte del verano en una furgoneta alquilada, recorriendo las ciudades y los hermosos paisajes de Francia. Realmente disfruté mucho ese viaje, pero mi más vívido recuerdo es el vigor con el que el gobierno francés hacía campaña a favor de la adhesión a la emergente Unión Europea (UE). Carteles en las carreteras, anuncios de televisión, programas de radio, entrevistas con políticos: todos parecían afanados en convencer a los franceses de optar por la unión.
Esto me desconcertó. Sin duda, los únicos que se beneficiarían de esta unión eran los grandes bancos y empresas. No lograba entender por qué los franceses querían vincularse a los alemanes –a los cuales manifiestamente odiaban– y renunciar a muchas de las libertades que disfrutan los estados soberanos. La vaga promesa de estabilidad económica y paz no parecía un motivo que fuera a convencer a la gente. Pero vaya si les convenció; es más, lo sellaron con la incorporación del Acuerdo Schengen a la legislación de la Unión Europea.
Yo no estaba convencido. No podía ver entonces –ni tampoco ahora– cómo una alianza que entra en conflicto con los fundamentos de la naturaleza humana podía tener éxito a largo plazo si no había una preparación para la conexión. Por ello, en mi opinión, a menos que tenga lugar una transformación revolucionaria, la Unión Europea se vendrá abajo. Y espero que la desintegración suceda más pronto que tarde porque, cuanto más se retrase, más doloroso será para Europa y el mundo entero. Creo que el Reino Unido hizo bien votando a favor del “Brexit”. Y cuanto antes otros países sigan su ejemplo, mejor para todos.
La relación entre «Brexit», naturaleza humana y cuerpo humano
Durante siglos ha existido un estado de guerra activa o guerra fría entre los países europeos. Sin ir más lejos, el siglo pasado fue testigo dos guerras mundiales, ambas originadas en Europa, además de numerosos conflictos locales. Asimismo, las diferencias económicas entre los estados más ricos y pobres de la UE son tan abismales que estos últimos han pasado a ser completamente dependientes de los primeros, creando un desequilibrio estructural y un permanente descontento entre muchos de los estados miembros. La verdadera unión solo puede tener lugar cuando todo el mundo es igual, y eso convierte a la actual estructura de la UE en algo insostenible.
Si queremos comprender la profunda transformación necesaria para que una unión así perdure, debemos pensar en el cuerpo humano. En nuestro cuerpo, cada célula, cada órgano, depende enteramente del resto del cuerpo. Cada célula “sabe” que obtiene su vitalidad del resto del cuerpo y, por lo tanto, tiene un interés particular en conservar la salud del cuerpo. Las células mantienen su cohesión porque esa unidad les proporciona una fuerza vital mucho mayor que la suya propia. Esta fuerza las conecta con la vitalidad de todo el organismo y las convierte en un único sistema cuyos elementos deciden permanecer en él.
La compleja colaboración existente en el cuerpo humano no surgió de la noche a la mañana. Se requieren miles de millones de años para que los organismos evolucionen desde colonias celulares a organismos simples, después a plantas, animales, y finalmente a seres humanos. En cada una de esas etapas, las células y órganos aprendieron a funcionar cada vez con mayor sincronía.
Sin embargo, en el nivel humano, donde la conciencia y la psicología social asumen el control del desarrollo, aún nos comportamos como primitivas colonias celulares. Todavía debemos aprender a cómo beneficiarnos unos de otros a través de la reciprocidad, y cómo conectarnos a la vitalidad de todo el sistema humano. Incluso dentro de los propios países vemos que hay que hacer un esfuerzo por mantener la paz y la estabilidad, entonces ¿cómo podemos pedir a las personas que dejen a un lado la hostilidad y se unan con países que, hasta hace poco, consideraban enemigos acérrimos?
La formación de la UE aglutinó a naciones muy distintas dentro unos límites asfixiantes. Y permitió que los miembros más fuertes obligasen a los más débiles a aceptar políticas que no deseaban. Tomemos, por ejemplo, el resentimiento contra Alemania que la crisis de la inmigración ha despertado toda Europa. Sin duda, una de las principales razones por las que el Reino Unido votó a favor del “Brexit” es que los británicos quieren recuperar el control sobre la política de inmigración; no quieren que nadie se la dicte a ellos. El Reino Unido fue lo suficientemente fuerte como para salir. Otros países no tienen fuerza para hacer lo mismo y por lo tanto tendrán que seguir aguantando los dictámenes de Alemania. Esto no tiene mucho porvenir.
Crear conexiones positivas
Mi maestro solía decir que el amor es un animal que se alimenta de concesiones mutuas. Si no se instruye a la gente acerca de los beneficios de las conexiones positivas, los países de la UE no serán capaces de hacer las concesiones necesarias para seguir conectados. En vez del amor, avivarán el odio que existe profundamente arraigado bajo la superficie, hasta que toda la estructura se desmorone con un estallido lo suficientemente fuerte como para dar inicio a otra guerra mundial.
Si las naciones europeas desean unirse realmente, poco a poco tendrán que empezar a pensar en Europa como una sola nación. Una unión europea solamente funcionará cuando haya una preparación para la idea de Europa como un único país que incluye muchos elementos que se complementan. En 1993, no vi que se instruyera en ese sentido, y eso me hizo muy escéptico con respecto al éxito de todo este empeño.
Del mismo modo que en nuestro cuerpo, en la naturaleza todo evoluciona hacia conexiones más estrechas. Ahora bien, la elección es cómo queremos llegar a esa cohesión: a través de un estallido de odio y guerra, o cultivando la comprensión mutua, la camaradería y el aprecio.