Recientemente observé un cartel de advertencia que explica qué hacer en el caso de alerta de tsunami. Parece un poco extraño ver una señal tan dramática en una playa tranquila, pero dada la ola de calor extremo que alcanzó los 50 grados centígrados la semana pasada, pareciera que la señal no es del todo innecesaria.
En el resto del mundo el clima también se ha desequilibrado. En México se acumularon dos metros de nieve con una temperatura de 31 grados centígrados. En los Estados Unidos la tierra no deja de temblar. En Alaska se desatan incendios. En India las temperaturas suben a una altura que es imposible sobrevivir, y el calor en el Medio Oriente pone en peligro la posibilidad de cultivar trigo.
Expertos en el clima dicen que cruzamos el punto sin retorno. Si en nuestro caso el «punto de retorno» significa regresar y cambiar, es decir, tratar de manera diferente a la naturaleza, ahora tenemos claro que no hay hacia dónde regresar. La naturaleza global no es el problema, en absoluto, sino la naturaleza humana, el egoísmo inherente en nosotros. Así lo explica la Sabiduría de la Cabalá. Nuestro ego evoluciona constantemente, crece y nos insta a explotar los recursos naturales al máximo, violando la naturaleza impunemente.
Mientras tanto, la naturaleza humana produce cambios para mal, pero también puede producir cambios para bien. Y no como solemos pensar: minimizar la quema de carbón y gas, proteger las aves y abejas, evitar la contaminación de mares con plástico; no son éstos los causantes del problema. El problema está entre nosotros, los humanos. En la relación negativa entre nosotros, en la actitud egocéntrica. Entonces, si queremos cambiar la destrucción que hemos causado a la Tierra, podemos hacerlo solamente cambiando la naturaleza humana, desarrollando una buena actitud y una consideración hacia el prójimo.
Quizás la conexión entre el hombre y el medio ambiente parece frágil, pero en un nivel más profundo es más estrecha. Toda la naturaleza es global, integral, armónica; un verdadero sistema cerrado. Cada una de sus partes actúa y afecta a las demás partes de la naturaleza de forma directa e indirecta, visible y oculta. Por lo tanto, también las relaciones afables y buenas entre nosotros, siendo una parte integral y significativa de la naturaleza, se proyectan en el balance del globo y pueden estabilizarlo hasta alcanzar un equilibrio general. Aunque la idea nos pueda parecer como de ciencia ficción, poco realista y lejos del pensamiento científico convencional, así actúa la naturaleza. Los cabalistas siempre han escrito que el hombre es la corona de la creación, y la capa profunda y sublime del universo está gobernada por nuestros pensamientos.
Nuestros pensamientos son el resultado de nuestro deseo egoísta, la fuerza negativa que actúa sólo en recepción, por lo tanto debemos equilibrar nuestros pensamientos con la ayuda de la fuerza positiva de otorgamiento, y desarrollar la capacidad de dar a los demás. ¿Cómo? Con una educación adecuada y la concienciación. Sólo cuando desarrollemos la fuerza de otorgamiento y la preocupación mutua, lograremos un equilibrio en nuestras relaciones y al ser parte de un sistema integral, crearemos un equilibrio en todo el sistema de la naturaleza y controlaremos la naturaleza destructiva que nos domina.
Nuestro pensamiento puede hacer caer una lluvia torrencial o una lluvia de bendición. Por lo tanto, no queda otra opción: cambiamos nuestra naturaleza o la naturaleza nos obligará a cambiar.
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