Esta es la conclusión: bajo el disfraz de la libertad de expresión, Estados Unidos se ha convertido en un país fascista en el que solo se acepta una visión.
El jueves pasado Jonathan Martin escribió en The New York Times que “los lineamientos [para el Partido Demócrata] ya ha sido seleccionados por un encolerizado ejército de socioliberales que exigen nada menos que una guerra total contra el presidente Trump”. Unamos esto a la gran cantidad de historias deformadas o inventadas por los medios que buscan mostrar a un presidente incompetente junto con el ejército de agitadores que Organizing for Action de Obama ha desplegado por todos los EE.UU. para sabotear las reuniones municipales, y veremos los varios frentes en los que el presidente tiene que combatir.
¿Por qué esta guerra? Porque Donald Trump no forma parte de la élite dirigente que ha gobernado y explotado a América durante décadas, y cuyos brazos ejecutores –Obama y Clinton– han encubierto sus acciones con falsa agenda humanitaria de protección a los inmigrantes.
Después de la Segunda Guerra Mundial, numerosos países occidentales adoptaron el socioliberalismo como una “vacuna” contra el fascismo y el nazismo. Pero una sociedad no puede mantener su vitalidad a menos que dentro de ella se contrapongan distintas visiones y en este proceso puedan ser afinadas y perfeccionadas. Cuando todas las partes entiendan que la diversidad de puntos de vista genera vitalidad, reforzarán la sociedad y aumentarán su capacidad para afrontar los cambios.
Nuestra propia tradición judía promueve la diversidad y el debate como medio para incrementar la cohesión social. Rav Kook escribió que “La gran regla sobre el conflicto de los puntos de vista, cuando cada visión viene a contradecir a la otra, es que no necesitamos la contradicción, sino construir por encima de ella, y gracias a ello subir” (Cartas del Rayá). Del mismo modo, Martin Buber escribió en Nación y Mundo: “Lo que necesitamos no es neutralidad, sino cohesión, la cohesión de la solidaridad mutua. No estamos obligados a suprimir las fronteras entre facciones, círculos y partidos, sino compartir el reconocimiento de la realidad común y compartir la prueba de la solidaridad mutua”.
El problema es que la sociedad estadounidense de hoy no reconoce la legitimidad de las “otras partes”, como expresa Buber. “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, dijo el diputado socioliberal Sir John Dalberg-Acton. En lugar de crear un terreno apasionante con puntos de vista que se refuerzan unos a otros, los socioliberales han oprimido a todo aquel que no esté de acuerdo con ellos. Si Kevin Plank, director general de Under Armour, se ve obligado a pedir disculpas tras expresar una opinión ligeramente conservadora por miedo a poner su negocio en riesgo, esto ya no es socioliberalismo y por supuesto no es pluralismo. Es tiranía.
“La inclinación del corazón del hombre es mala desde temprana edad” (Génesis 8, 21) no es un mero versículo de la Biblia. Es lo que realmente somos todos. Y por tal motivo, los gobernantes necesitan medios de comunicación que estén atentos y los vigilen, y los medios de comunicación necesitan mantenerse verdaderamente independientes y plurales.
Sin embargo, esta no es la situación en Norteamérica. Durante décadas, el neoliberalismo ha sido la agenda predominante en Estados Unidos. No sirve a los intereses del total de la sociedad estadounidense, sino que atiende a los intereses de una pequeña élite de magnates que controlan la economía estadounidense, los medios de comunicación y, por ende, el gobierno. Ellos determinan de qué se informa y de qué no, quién ha de ser difamado y quién ensalzado. Al controlar los medios de comunicación, han logrado dominar la opinión pública y evitar las críticas. Resulta ingenioso, pero letal para la sociedad.
Por esta razón, considero la victoria de Trump como una señal de que la sociedad americana sigue viva y coleando. Me da esperanzas de que también será capaz de pasar por los necesarios derrumbes sin derramamientos de sangre y sin arrastrar al mundo a otra guerra. Si Clinton hubiera sido elegida, sin duda habría estallado una guerra mundial. Ahora al menos existe una oportunidad para la paz y la corrección de la sociedad.
Pero para corregir la sociedad, todas las partes necesitarán aprender de la tradición judía que “el amor cubre todas las transgresiones” (Proverbios 10:12). El Rav Yehuda Ashlag, autor del comentario Sulam (escalera) sobre El Zóhar, escribió en su ensayo “La Libertad”: “Las contradicciones y la oposición entre las personas deben permanecer siempre, para garantizar el progreso constante de la sociedad libre”. Los socioliberales harían bien en escuchar a su propio “correligionario” Nicholas Kristof de The New York Times, que escribió: “nosotros, los progresistas, podríamos descansar un poco en nuestros ataques al otro lado e incorporar de manera más amplia valores que supuestamente apreciamos –como la diversidad– en nuestros propios dominios”.
Por el bien de América y por el bien del mundo, rezo para que esta gran nación despierte y entienda el valor de la diversidad, el beneficio de perfeccionar las opiniones a través de un debate abierto así como la poderosa cohesión que se alcanza cuando el debate genera soluciones que contribuyen a la vitalidad de toda la sociedad.