¡Qué momento! En la primera ola de la Covid-19, pasamos Pésaj encerrados y no pudimos celebrar con nuestra familia extendida, como lo han hecho las familias judías durante siglos. Advertí que, a menos que aprendamos la lección que el virus trata de enseñarnos, sufriremos un brote aún peor.
No lo aprendimos. El mundo vio a Israel con asombro, cuando casi eliminamos el virus, pero, relajamos el bloqueo y volvimos a la vida normal. Pero la vida «normal» fue la razón por la que Covid nos atrapó y regresó con venganza. Ahora, una vez más el mundo nos mira, pero por la razón opuesta. En cuestión de meses, nos convertimos en modelo de incompetencia, con más infecciones per cápita que cualquier otra nación, del cenit al nadir.
En estos días, los días de las Altas Fiestas, el segundo período del año en el que las familias judías se unen, estamos nuevamente en confinamiento total. La naturaleza tornó nuestra arrogancia contra nosotros y convirtió a Israel en el hazmerreír del mundo.
Para comprender cómo «ganamos» la amonestación de la naturaleza, debemos comprender qué es el pueblo de Israel, de dónde venimos y cuál es nuestra misión. Maimónides, Midrash Rabbah y muchas otras fuentes nos dicen que, en la época del patriarca, Abraham veía a sus compatriotas construir la Torre de Babilonia. Se dio cuenta de que los constructores se alejaban cada vez más unos de otros, eso lo llevó a buscar la explicación. El libro Pirkey de Rabí Eliezer (capítulo 24) escribe que los babilonios “querían hablar entre ellos, pero no sabían el idioma del otro, ¿que hicieron? Cada uno tomó su espada y lucharon hasta la muerte. De hecho, la mitad del mundo fue masacrada allí y el resto, desde allí, se esparcieron por el mundo”.
A Abraham, el odio en su pueblo lo turbaba. Reflexionó sobre la difícil situación de su gente y entendió que el ego se intensificó y causó odio. Para superarlo, pidió al pueblo que aumentara su cohesión para igualar el crecimiento del ego. En Mishneh Torá (capítulo 1), Maimónides describe lo que Abraham “dijo a la gente de Ur de los caldeos”, le explicó por qué se estaba desintegrando la sociedad y qué podía hacer al respecto.
Pero, la respuesta de Abraham no fue del agrado de todos en Babilonia. El Midrash (Beresheet Rabbah) nos dice que Nemrod, rey de Babilonia, trató de persuadir a Abraham de que estaba equivocado. Cuando falló, lo expulsó de Babilonia.
Mientras el exiliado Abraham vagaba hacia Canaán, la gente «se reunió a su alrededor y le preguntó acerca de sus palabras», escribe Maimónides. “Él enseñó a todos… hasta que miles y decenas de miles se reunieron a su alrededor, ellos son el pueblo de la casa de Abraham. Él plantó este principio en su corazón, escribió libros al respecto e instruyó a su hijo Isaac. Isaac enseñó y advirtió e informó a Jacob y le nombró maestro, para que enseñara … Y Jacob nuestro Padre, enseñó a todos sus hijos. Ese fue el comienzo del pueblo de Israel, pero eso no explica nuestra misión.
Unos siglos después de Abraham, Moisés quiso hacer lo mismo que su predecesor. Anhelaba unir al pueblo de Israel y se enfrentó a la feroz resistencia del faraón. Como Abraham antes que él, Moisés huyó con su pueblo, pero esta vez eran millones. Con Moisés, las tribus hebreas se unieron, pero se convirtieron en nación hasta después de que se comprometieron a ser «como un hombre con un corazón».
Inmediatamente después de que se unieron y se convirtieron en nación, en el pueblo de Israel, se les encomendó la misión de transmitir el método de unidad al mundo y completar lo que Abraham pretendía, cuando comenzó a hablar de unidad por encima del odio. “Moisés deseaba completar la corrección del mundo en ese momento. … Pero, no tuvo éxito por la corrupción que ocurrió en el camino”, escribió Ramjal en su comentario de la Torá. Pero cuando Israel logró la unidad, se le encomendó la misión de transmitirla, o como dice la Torá, ser «luz para las naciones».
A menudo nos gusta pensar que nuestra responsabilidad con el mundo es cosa del pasado. No lo es. Los antisemitas nos culpan por sus problemas y nuestros sabios nos culpan por los problemas que las naciones nos causan. Nuestra misión, llevar la luz de la unidad al mundo, es tan válida hoy como siempre fue. El libro Sefat Emet escribe que «Los hijos de Israel se convirtieron en garantes para corregir al mundo… todo depende de los hijos de Israel» y muchos otros libros de nuestros sabios lo dicen de manera similar.
Si vemos lo que hoy sucede en Israel, es fácil percibir que desesperadamente se necesita garantía mutua, la unidad que nos convirtió en nación. Sin ella, no somos nación, no somos «luz para las naciones» y tanto nosotros como el mundo sufrimos.
Este abandono de la garantía mutua «nos ganó» la advertencia de la Covid. Es fácil ver que, si todos nos hubiéramos cuidado un poco, hubiéramos tomado las precauciones mínimas para no infectarnos unos a otros y la plaga se hubiera detenido. Y así como fuimos un gran ejemplo en la primera ola y casi frenamos el virus, somos el peor ejemplo en la segunda ola, «oscuridad para las naciones».
Este próximo Yom Kipur (Día de la Expiación), no necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados para comenzar el nuevo año con una pizarra limpia, dispuestos a pecar de nuevo. Necesitamos reconocer cuál es el único pecado que cometimos y asegurarnos de ya no cometerlo. Ese único pecado es nuestra falta de garantía mutua, nuestro odio infundado, nuestra alienación y crueldad hacia nuestros hermanos. Si nos comprometemos a intentar detenerlo, a revertir nuestra actitud, de negativa a positiva, el siguiente año estará libre de Covid. Lo derrotaremos con nuestra unidad y sufriremos si estamos separados.
Así como ahora somos mal ejemplo, cuando nos unamos, seremos una vez más «luz para las naciones» y realmente, ganaremos la aprobación del mundo.
Busca la aprobación del Mundo, o de su Dios.