Cuando el viento entre en calma, vuelva el suministro eléctrico, y los alimentos y el combustible estén disponibles de nuevo, todavía habrá gente que necesite ayuda. Además de los evidentes estragos materiales de la tormenta, habrá otras consecuencias de las que los supervivientes tendrán que hacerse cargo. Muchas de esas personas seguramente han perdido todo sus objetos de valor por el viento y el agua: recuerdos, fotos y pertenencias de sus seres queridos o sus difuntos. No hay seguro que cubra esto. Y no hay más que una compensación para la pérdida emocional de estas personas: nuevas conexiones humanas. El compañerismo y la solidaridad de los residentes son cruciales para restaurar la vitalidad de todas las comunidades devastadas por el desastre.
Hoy en día, la mayoría de la personas está tan distanciadas unas de otras que cuando necesitan verdaderos amigos para que les ayuden, muchos no tienen a quién recurrir. A pesar de todas nuestras herramientas tecnológicas para la comunicación, cada vez nos resulta más difícil comunicar entre nosotros.
Podemos pensar que el estar centrado en uno mismo es un problema exclusivo de aquellos que lo sufren, ¡pero en absoluto es así! Lo cierto es que la calidad de las conexiones humanas tiene una enorme repercusión en toda la sociedad y, a la larga, en toda la humanidad.
Nicholas Christakis, profesor de reconocido prestigio, describe la sociedad humana como una especie de “superorganismo”. Y nos explica que todo lo que hacemos, decimos -e incluso lo que pensamos- se propaga por la sociedad y despierta emociones, ideas, pensamientos y acciones similares en otras personas.
Podemos demostrarlo con un sencillo experimento. Con nuestras familias, con algunos amigos, o incluso con un solo amigo -si eso es todo lo que tenemos- dediquemos un día a pensar no sobre lo que yo quiero o me agrada, sino sobre lo que siente la persona o personas del experimento. Y ellos, a su vez, que hagan lo mismo con nosotros.
Puedo dar fe de que los resultados les sorprenderán. Cuando todo el mundo se centra en hacer felices a los demás, la vida a nuestro alrededor se vuelve mejor. Nadie queda excluido.
Si lleváramos a cabo este experimento a gran escala, tendría repercusión por todo el país y cambiaría nuestra forma de ver la sociedad y el modo en que nos relacionamos con otras personas. Cuando hay grandes masas humanas que se concentran en la unidad, entonces es posible recuperarse de un trauma de forma infinitamente más rápida, eficaz y duradera.
La actual estructura de la sociedad, con la gente distanciada y llena de desconfianza mutua, hace que sea mucho más difícil superar traumas como los causados por los desastres naturales. Incluso el día a día es mucho más difícil cuando la vida social está encapsulada en una caja de comunicación de 5 pulgadas llamada smartphone.
Y esta oleada de desastres naturales no será la última ni tampoco la peor. Si no cuidamos de nuestras relaciones sociales, la siguiente oleada podría resultar demasiado difícil de afrontar, y quién sabe cuáles serían los estragos a nivel social.
Así pues, podemos transformar este reciente azote en una bendición. Puesto que miles y miles de personas están actualmente concentrados en refugios, podemos convertirlos en “centros de conexión”. En vez de limitarse a esperar el anuncio de que ha pasado el peligro para volver a casa, las personas pueden dedicarse a forjar amistades que permanecerán con ellos para el resto de sus vidas. El taller que compartí en la columna de la semana pasada demuestra lo fácil que es conectar. Lo único que hace falta es sentarse juntos, en pequeños grupos, y compartir estas cuatro cosas: 1) el momento más emotivo para nosotros en este evento; 2) si Irma ha hecho que nuestra actitud hacia otras personas cambie y cómo; 3) de qué manera esperamos poder expresar esta nueva actitud; 4) cuáles son los beneficios de compartir nuestros pensamientos y experiencias de este modo.
Pero más allá de la mejora a nivel social, hay otro beneficio mucho más inaprensible en estas conexiones humanas positivas: su impacto sobre el medio ambiente. El aislamiento social perjudica nuestra estabilidad emocional y mental, y nos impulsa a buscar una compensación por nuestra falta de compañía humana. Cuando este problema afecta a cientos de millones de personas, afecta a todo: también al medio ambiente.
El superorganismo que describe Christakis no queda confinado a la sociedad humana. Del mismo modo que nuestros cuerpos están compuestos de todos los niveles de existencia -mineral, vegetal y animal- el superorganismo de la humanidad forma parte de un sistema aún mayor que es nuestro planeta. Cuando a alguien empiezan a fallarle los riñones, la persona en su totalidad se resiente, no solo sus riñones. Asimismo, si la humanidad está enferma, toda la Tierra siente malestar.
Puede parecer que los síntomas no están relacionados, pero al igual que un dolor de cabeza no significa que tengamos un problema en la cabeza, la Tierra está manifestando síntomas de una manera que no entendemos. Pero lo que sí sabemos es que nuestra sociedad está enferma, y curarla hará que sane todo el superorganismo en que vivimos. Por esta razón, si queremos reducir los desastres naturales, debemos sanar nuestra propia sociedad, y más concretamente las insanas conexiones entre nosotros.
(Fotografía: Reuters)