¿Cómo puedo proyectar amor a los demás si no me siento amado?

Para alcanzar la calidad de amor, superior a la que sentimos en la vida diaria, necesitamos jugar a un juego. ¿Por qué un juego? Porque en el juego no jugamos a ser quienes somos ahora, sino a ser quienes nos gustaría ser.

La humanidad en general no hubiera progresado sin juegos. Cuando éramos niños, a menudo percibíamos el juego como la verdad absoluta y al jugar, nos desarrollamos de muchas formas. Si nos sumergiéramos en el juego como lo hacen los niños, no podríamos parar; viviríamos en ese juego cada vez más y nos volveríamos cada vez mejores en él.

En el método de Cabalá, el juego de actuar en conexiones positivas, amorosas y afectivas (las conexiones que existen en nuestro estado superior, eterno y perfecto) es una herramienta práctica clave, para alcanzar el objetivo de los estudios de Cabalá: revelación del Creador, la fuerza superior de amor, otorgamiento y conexión.

Los cabalistas nos aconsejan amar a los demás, incluso si sólo fingimos amarlos tanto como podamos invertir en hacerlo y dentro de ese amor, comenzaremos a sentir al Creador.

Es una razón central por la que los cabalistas siempre han estudiado en grupos pequeños, que se llaman “decenas”. Nos dan un lugar donde podemos ejercitar el amor hacia los demás en la práctica, donde cada miembro simula amar a los demás y juntos intentan crear una atmósfera que aliente la apertura de corazones. En una atmósfera así, cada miembro, eventualmente, se “disuelve” en un campo común de amor, que comienza a llenar la conexión que construyen.

Ese proceso requiere simular que amamos, hasta que amar a los demás se convierte en una segunda naturaleza. Al manifestar amor hacia los demás una y otra vez y hacerlo varias veces al día, incorporamos esa tendencia amorosa, hasta tal punto que, finalmente nos fundimos en ella. Y nos volvemos aptos para lograr la revelación del Creador.

Incorporarse en el amor es incorporarse en el Creador. Fingimos amar hasta que deja de ser un juego y se convierte en el juego de la vida. Primero lo jugamos artificialmente, simulando que amamos a los demás, sin sentir ningún deseo especial de amarlos. Esta es una etapa en la que necesitamos convencernos a nosotros mismos de, por qué hacemos ese esfuerzo sin ningún sentimiento especial, es decir, conectamos el esfuerzo con el objetivo superior que queremos alcanzar.

En un momento dado, de pronto se despierta en nosotros un sentimiento cálido. Si estudiamos en un grupo cabalista, los esfuerzos que hacen los demás en el grupo por amar, nos dan un ejemplo positivo. Ver su dedicación a amar a los demás, puede despertar en nosotros la sensación de que, no podemos corresponderles con el mismo amor. Así, revisamos nuestra actitud hacia los demás y hacia la vida en general y volvemos a adquirir la fuerza para intentar salir de nosotros para amar a los demás.

Esta evaluación continua de nuestra actitud, nos lleva a un punto en el que la realidad corpórea pierde importancia y sólo queda la sensación sublime y verdadera del amor.

Cuando se revela este amor genuino, nuestro yo egoísta es reemplazado por la fuerza del amor mismo, por el Creador. Esa revelación puede ocurrir cuando pretendemos amar a los demás, pasando por una miríada de estados en los que, no sentimos ninguna motivación natural para hacerlo. Esos esfuerzos sirven para minimizar la importancia de relacionarnos con las demandas naturales y egoístas y, forman un lugar que puede llenarse con una nueva cualidad: la fuerza de amor, concesión y conexión en sí, la cualidad del Creador.

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