Desde la primera competencia, entre Esaú y Jacob, hemos visto gente compitiendo. Sabemos que la competencia puede darle propósito a la vida, además ¿quién no ama a los ganadores? Pero también sabemos que la competencia puede ser destructiva para los perdedores y a veces, también para los ganadores.
Incluso grandes atletas a menudo se deprimen, a veces incluso clínicamente. Michael Phelps, Serena Williams y Aly Raisman son sólo algunos de los nombres más famosos de innumerables atletas que han luchado contra la depresión a pesar de hacer historia en su deporte. De hecho, una encuesta de la NCAA a atletas, encontró que el 30 por ciento informó sentirse deprimido en el transcurso del año. Entonces, ¿la competencia es buena o mala?
Como todo, es bueno si lo haces correctamente. La competencia puede ser un ímpetu positivo para el desarrollo y el crecimiento o frenar e impedir nuestro progreso, depende del objetivo de la competencia. Cuando competimos para glorificarnos a nosotros mismos, es una competencia egoísta. En estos concursos, eres tan bueno como tu último triunfo. Una competencia así, no puede conducir a nada bueno, porque todos perdemos en algún momento, todos envejecemos o nos cansamos o alguien se burla de nosotros.
Pero podemos participar en competencias totalmente diferentes, donde el que más da, es el ganador. En una competencia así, mientras más «ferozmente» competimos, más nos acercamos. El gran premio, por supuesto, es para el que ama a su prójimo como a sí mismo.
En la antigüedad, el pueblo de Israel desarrolló su nacionalidad con base en ese tipo de competencia. Cuando tuvo más éxito, fue más cercano y más fuerte. Cuando bajó su éxito y no pudo superar su resistencia natural a dar, se volvió más odioso y débil como nación, por lo general enemigos externos lo conquistaron. Según nuestros sabios, por eso se arruinaron los dos Templos.
Competir para dar, puede parecernos inverosímil en este momento, pero es porque nuestra sociedad actual no aboga por la unidad, sino por la separación y la adoración al individuo, por eso, cualquier cosa que «huela» a dar parece repugnante. Sin embargo, si nuestro propósito fuera formar una sociedad con cohesión basada en responsabilidad mutua y solidaridad, como en el antiguo Israel, competir por dar sería la forma más natural, la egoísta sería repugnante.
El tipo que idolatra al yo, es el que se practicaba en la antigua Roma; es del tipo helenista, no del tipo hebreo. Desde la ruina del Segundo Templo, la mentalidad helenista ha dominado al mundo. Ahora que la gente está empezando a ver que la autocomplacencia sólo puede llevarle hasta cierto punto, es hora de que intentemos lo contrario, el método hebreo: dar y unirnos, amar a los demás y conectarnos por encima de las diferencias. Cuanto antes adoptemos este tipo de competencia, mejor será para todos nosotros.
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