Los humanos son seres sociales; así nos creó la naturaleza. Como tal, la sociedad en la que vivimos tiene una influencia decisiva sobre nosotros. Ya conocemos las neuronas espejo y otros mecanismos de influencia social, pero también hay otras formas de influencia social.
Por ejemplo, existe la idea de que todos se encuentran a seis o menos conexiones sociales de distancia entre sí, se conoce como seis grados de separación. Aunque, esto es cierto no sólo para lo familiar, sino para todos los aspectos. Nicholas Christakis y James Fowler escriben en su célebre libro Conectados: El sorprendente poder de nuestras redes sociales y cómo nos afectan -que los amigos de los amigos de tus amigos afectan todo lo que sientes, piensas y haces, que los buenos comportamientos, como dejar de fumar o mantenerse esbelto o ser feliz, pasan de amigo a amigo casi como si fueran virus contagiosos.
Aún más sorprendente fue su descubrimiento de que estas infecciones pueden «saltar» sobre las conexiones. Resulta que la gente puede influirse mutuamente, incluso si no se conoce ni ha oído hablar de los demás. Además, Christakis y Fowler encontraron evidencia de estos efectos incluso con tres grados de diferencia (amigo del amigo del amigo).
Como todos estamos conectados, nos afectamos mutuamente. Todo lo que hacemos, decimos o pensamos, inevitablemente afecta a los demás.
Además, ya sabemos que el planeta es un ecosistema y cualquier cambio en una parte, afecta a todas las demás partes. Como resultado, cualquier cambio en la sociedad humana afecta, no sólo a la humanidad, sino al planeta entero. Y lo contrario también es cierto: cualquier cambio en cualquier parte de la naturaleza, en cualquier nivel, afecta a todas las demás partes, incluida la humanidad.
Aunque no somos conscientes, sentimos nuestra conexión. Por eso, dondequiera que estemos, queremos «encajar». Nos adaptamos a las normas y valores sociales que nos rodean para sentirnos seguros, sentir que pertenecemos y garantizar que el entorno nos acepta. Si queremos sobresalir, primero verificamos lo que la sociedad aprecia y luego tratamos de sobresalir en estas actividades o valores.
Incluso los valores más negativos a nuestros ojos, pueden parecer totalmente aceptables y deseables a los ojos de los demás y hasta nosotros mismos podremos aceptarlos en otro momento y circunstancia. Los nazis, que perpetraron el exterminio de los judíos europeos, no nacieron genocidas; sus valores cambiaron a medida que su entorno social cambió y los moldeó en lo que finalmente se convirtieron.
El mismo proceso tuvo lugar durante el notorio Experimento de la prisión de Stanford de 1971, donde se eligieron voluntarios después de evaluaciones de estabilidad psicológica y de forma aleatoria se les asignó el rol de prisioneros o guardias. El plan era que el experimento durara dos semanas y después se examinarían los resultados. Pero, los voluntarios seleccionados para ser guardias muy rápido se volvieron tan brutales y abusivos, que el experimento tuvo que terminar al sexto día.
Dado que el medio ambiente tiene un efecto tan crítico en la gente, debemos dedicar la mayor parte de nuestros esfuerzos a crear un entorno social positivo, que genere individuos socialmente positivos. Con el narcisismo en constante aumento y con el ensimismamiento desatado, la sociedad global se dirige hacia un lugar muy negativo.
No podemos influir en todos, pero podemos influir en el entorno social que creamos a nuestro alrededor. Podemos monitorear los medios que consumimos, las personas con las que nos juntamos y con las que se juntan nuestros hijos. También podemos seleccionar los programas educativos que damos a los niños y los valores que vivimos en casa.
La razón de la creciente frustración y depresión en la sociedad es que buscamos el éxito por nosotros mismos. Si nos diéramos cuenta de que todos dependemos de todos y empezáramos a trabajar para mejorar nuestro entorno social, estaríamos en un lugar completamente diferente, tanto personal como socialmente.
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