Pasó casi un año desde el brote oficial de Covid-19, pero aún no hemos aprendido el mensaje. La transformación de las conexiones humanas que el coronavirus está destinado a inducir, no ocurre, aunque no puedo decir que no haya comenzado.
Puesto que no vemos a dónde se supone que debemos ir, aún tratamos a la Covid como una mala gripe. Es decir, nos quedamos en casa, esperamos que llegue la vacuna y acabamos de una vez. Pero la Covid no es una gripe. Es el resultado de nuestras malas relaciones y si queremos mantener nuestra salud, tenemos que trabajar en nuestras relaciones de la misma manera, si no es que más, de lo que trabajamos en la búsqueda de la vacuna.
Además, esperar una vacuna no es un trabajo; es un juego de espera en el que intentamos esquivar el virus, hasta que llegue el tratamiento salvador. Pero cambiar nuestras relaciones si es una tarea que requiere la participación de todos. Es imposible mejorar las relaciones en la sociedad a menos que toda la sociedad participe.
No es evidente que el coronavirus sea el resultado de nuestras pobres conexiones. No obstante, es muy fácil ver que, de hecho, todos nuestros problemas vienen de nuestras pobres conexiones. Si no fuera por nuestras malas relaciones con los demás, no los explotaríamos. Tampoco explotaríamos a animales domésticos y salvajes, plantas, suelo y a todo el planeta sólo para superar a competidores y enemigos.
Al explotar a todos y todo lo que nos rodea a escala tan masiva, estamos desequilibrando el planeta y engendrando innumerables consecuencias adversas; terremotos, huracanes, incendios forestales colosales, pasando por la extinción de especies y la invasión de especies en otras partes del mundo, donde perturban el ecosistema, plagas de langostas, pandemias y bacterias resistentes a drogas, hasta crisis emocionales y mentales en los seres humanos como, abuso de sustancias, homicidio, suicidio, obesidad, depresión, alienación creciente y soledad. En resumen, nuestra desconexión hace del mundo un lugar sombrío para vivir, en todos los niveles.
El coronavirus, sin embargo, es diferente en la forma en que influye en nuestra vida. No es un desastre local o regional. Es realmente una pandemia. Envolvió al mundo como tormenta, interrumpió la vida en todos los niveles. Destrozó muchas economías occidentales que pensábamos que eran sólidas como una roca, arrojó a millones de personas a la depresión y a la agresión en cuestión de meses y desmanteló los cimientos de la sociedad, casi de la noche a la mañana. Las ramificaciones de la pandemia van mucho más allá del número de muertos y de la frenética búsqueda de una vacuna; por eso es única.
Como dije, la única manera de realmente detener el virus, es cambiando nuestro trato hacia los demás. El primer paso debe ser transformar nuestro pensamiento para que no queramos dañar a otros, tan simple como eso. Debemos imaginar que los malos pensamientos son virus y al pensarlos, «infectamos» a otros y enferman. Por eso, necesitamos detener nuestros malos pensamientos para evitar que la plaga se extienda.
No hay vuelta atrás en la naturaleza. No podremos reanudar nuestra vida pre-Covid ni siquiera cuando haya una vacuna, suponiendo que sea eficiente. Por el momento, estamos en disonancia con la realidad. La realidad avanza hacia un mundo conectado donde todos dependen de todos, pero nuestra mente está atascada en la mentalidad egocéntrica de la década anterior. Si encontramos una vacuna que realmente funcione y tratamos de volver atrás, nuestro conflicto con la realidad será extremadamente doloroso, mucho peor que cualquier cosa que hayamos experimentado.
Por eso es tan importante que entendamos hacia dónde se dirige la realidad y que sigamos la corriente en lugar de tratar de nadar contra ella.
Puede parecer que, a la generación más joven, a los millennials, le resulta más fácil adaptarse a la situación. Sin embargo, la gente mayor quiere volver al viejo estilo de vida porque no conoce otro, pero, los más jóvenes, no buscan la conexión, simplemente imaginan un mundo más avanzado tecnológicamente. Ninguna de las dos formas funciona; no nos traerá felicidad y no nos alineará con la naturaleza.
Nuestro problema es que necesitamos entender, aceptar y ajustar nuestra mentalidad al hecho de que el futuro del mundo reside en conexiones positivas, en solidaridad y responsabilidad mutua. Si logramos transformar nuestra mentalidad, jóvenes y viejos se unirán y todos unirán sus manos para construir un mundo mejor para todos.
Es imprescindible lograr entrar en consciencia, hacerlo es tarea de cada quien. Como una red global que intercomunica todas las computadoras, así nuestro pensamiento forma parte de un sistema que se ejecuta en nuestras relaciones sociales, cuidar de nuestro estado mental es cuidar de todo el mundo. Es preciso aprender a definir nuestras limitaciones y poder dominar los impulsos que nos vienen día con día. Siendo perseverante y constante se podrá ver un cambio, gradual y consecuente que será gracias al trabajo de nuestra relación, primero conmigo mismo, después lo proyecto, como un músculo que se desarrolla con el ejercicio diario.