De este a oeste, el mundo se hunde en otra ola del coronavirus. A pesar de las vacunas y las inyecciones de refuerzo, el futuro del mundo parece sombrío. Hasta que aprendamos la lección que el virus vino a enseñarnos, no nos libraremos de él. No hemos cambiado nuestros valores fundamentales, que, para empezar, son los que nos trajeron el virus y no hay razón para que desaparezca. Hasta que cambiemos nuestra actitud hacia todos y cada uno de los aspectos que nos rodean, veremos alivio en el contagio.
¿Por qué los precios se disparan de repente? No hay nada más que codicia perversa, la intención de hacerme más rico y a otros más pobres. En cuanto a nosotros, ¿por qué estamos tan centrados en las compras?, realmente ¿qué necesitamos? ¿otro aparato más nos hará felices? Sí lo único que nos hiciera falta para ser felices fuera comprar otro juguete, no veríamos a más de 100,000 estadounidenses morir por sobredosis en un solo año, la mayoría jóvenes. No veríamos tanta violencia, tanta depresión, tanto odio y división.
Si trabajáramos en estos problemas en lugar de enterrar la cabeza en la arena movediza de Amazon.com, nos sentiríamos mucho mejor y no sufriríamos virus tenaces. Tal como nos enseña el virus, somos interdependientes. No se puede tener gente sana y contenta en un lugar, mientras que en otro, la gente se siente miserable. Hoy, a menos que todos estén bien, nadie estará bien. Es cierto no sólo para el virus, también para el aire, el agua, la riqueza y cualquier otro aspecto de la vida.
Mido el progreso o la regresión por los cambios que veo en la gente. Como no veo cambios, no puedo decir que hayamos avanzado y no hay razón para que el virus se vaya. Seguimos siendo tan abusivos entre nosotros y somos tan despiadados con el medio ambiente, como lo fuimos en 2019. Parafraseando a Albert Einstein, estupidez es hacer lo mismo una y otra vez, esperando resultados diferentes. Todos lo entendemos, excepto cuando se trata de nuestro propio comportamiento. Como resultado, millones han muerto y miles más mueren cada día sin otro motivo que nuestro descuido.
El mundo puede darnos a todos en abundancia; no hay escasez de nada; ¡hay exceso! ¿Por qué hay gente hambrienta, sedienta, enferma y sin hogar? ¿por qué no recibe educación y atención dignas? Porque no nos preocupamos unos por otros.
No es sólo en lo básico de la vida. Mira el fundamentalismo generalizado que se apoderó de la sociedad. Consideramos enemigos sociales a los que no están de acuerdo con nosotros. Cuando la diversidad de opiniones se convierte en crimen, el totalitarismo se impone y cualquier medio es legal para frenar el pensamiento libre.
Puede que no veamos la conexión entre la diversidad, la consideración mutua y el virus, pero la conexión existe: es nuestro ego. Explotamos todo: gente, animales y a la naturaleza. Sentimos que sólo nosotros importamos y lo demás debería servirnos o extinguirse.
Cuando ese sentimiento es lo suficientemente intenso en una masa crítica, destroza el sistema y todo se derrumba, desde la sociedad humana, pasando por el reino animal, hasta el suelo sobre el que estamos. De hecho, intenta encontrar un área sin crisis y fracasarás.
Todos los problemas tienen una causa común: la humanidad. Ningún discurso intelectual sobre equidad e igualdad cambiará nuestro odio mutuo. Hasta que entendamos que somos diferentes y que debemos permitir que todos sean lo que son, no mejorará nada.
La muletilla de moda que marcará el inicio del cambio es: consideración. Cuando aprendamos a ser considerados con los demás, el mundo lo será con nosotros.
Deja una respuesta