Imagina qué sentirías si una pequeña nación controlara el flujo de agua global. Si cierra la válvula, el agua deja de correr en todo el mundo y todo se seca y muere. Si la abre, todos pueden hidratarse. Ahora imagina qué sentirías si esa pequeña nación, no controla el suministro de agua del mundo, sino el suministro de oxígeno del mundo. Si cierra la válvula, todos se asfixian; si la abre, el mundo puede respirar. El momento que esa nación cierra la válvula, ¿la “bendecirías”? ¿la amarías o la odiarías y querrías deshacerte de ella?
Si viéramos al mundo con los ojos de nuestros sabios, desde los días de la Torá, hace unos 35 siglos, pasando por los días de los profetas, los reyes, la escritura de El libro del Zóhar, la Mishná y el Talmud y todos los sabios que han escrito innumerables libros sobre el pueblo de Israel y su posición en el mundo, encontraremos algo en común: somos esa pequeña nación. Si abrimos la válvula, el mundo puede respirar, beber y vivir fácil y tranquilamente. Si cerramos la válvula, el mundo se asfixia, se seca y nos odia.
No lo hacemos a propósito, por supuesto. No pensamos en el mundo; pensamos en nosotros mismos. De hecho, pensamos sólo en nosotros mismos, ese es exactamente el problema. Estamos tan concentrados en nosotros mismos que no podemos soportar a los demás y nuestra división cierra la válvula por la que fluye hermandad y amistad en el mundo.
En otras palabras, nuestra división, nuestro odio mutuo, propaga el odio por el mundo. Refleja las relaciones de la gente, las hace chocar entre sí y nos culpa por sus peleas. Puede que nosotros no sintamos que provocamos sus golpes, pero los demás sí. Cuando nos acusan de ser responsables de todas las guerras, como dijo una vez el actor y cineasta Mel Gibson, no sólo desahogan su ira; lo dicen muy profundamente. Incluso si no lo dicen, aún lo creen.
Este ha sido el caso del pueblo judío durante más de treinta siglos y nunca cambiará. Nuestra única esperanza de mitigar la ira del mundo hacia nosotros, es hacer lo que ellos esperan: tomar la responsabilidad de las guerras del mundo, hacer la paz entre nosotros y dejar que brille la hermandad -que no hemos podido establecer durante los últimos dos milenios- con su luz en todo el mundo y, curarlo.
Le hemos dado al mundo muchos regalos. No hay área en la que no nos destaquemos. Somos líderes mundiales en ciencia, cultura, economía, arte, literatura y en todas las áreas del deber humano. Aun así, el mundo nos odia. Lo único por lo que no nos odia es por el lema que legamos: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Cuando tienen alguna queja contra nosotros, es porque no cumplimos ese lema en nuestra propia sociedad.
El pueblo judío formó una nación única. Hasta que se estableció nuestro pueblo y desde entonces, sólo ha habido un caso en el que un grupo de personas adoptó una determinada ideología, que lo solidificó con tanta fuerza, que se convirtieron en una nueva nación. Esa ideología es la ideología de misericordia y amor de Abraham y la nación que él y sus descendientes formaron, la nación de Israel. La ideología de Abraham no era sólo unirse y amarse unos a otros, también era difundir esa unidad por todo el mundo. Abraham incluso intentó hacerlo en Babilonia, su tierra natal, pero no tuvo éxito. Pero, la responsabilidad sigue siendo de sus sucesores, del pueblo judío.
En consecuencia, Moisés recibió la ley judía llamada Torá, cuyo principio cardinal es «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Justo después de que la nación se unió «como un hombre con un corazón» se le encomendó ser «luz para las naciones»: difundir por todo el mundo la unidad recién establecida.
Desde entonces, todos nuestros líderes han seguido el lema de unidad y la obligación de difundirla. El rey Salomón reflexionó que «el odio suscita contiendas y el amor cubrirá todas las transgresiones» (Proverbios 10:12). El Libro del Zóhar declaró (Ajarei Mot) que cuando los amigos, los discípulos del rabino Shimon Bar Yochai, se unen después de superar el odio mutuo, traen paz al mundo. El Talmud (Yevamot 63a) escribe: «Ninguna calamidad llega al mundo sino por Israel» y el Midrash (Beresheet Rabbah, 66) afirma sobre el pueblo de Israel: «Esta nación, la paz mundial habita en ella». El libro Sefat Emet escribe: “La verdad es que todo depende de los hijos de Israel. A medida que se corrigen, las creaciones los siguen». Y al reflexionar sobre las aflicciones del mundo, Rav Kook dijo de nuestra gente en Orot HaKodesh, (Luces de santidad): “Ya que fuimos arruinados por el odio infundado y el mundo se arruinó con nosotros, seremos reconstruidos por amor infundado y el mundo será reconstruido con nosotros».
Especialmente ahora, en estos días volátiles, debemos elevarnos por encima de nuestra división, reavivar nuestra hermandad y abrir la válvula para que el amor y la unidad fluyan por todo el mundo a través de nosotros.
Extraordinario!!! Ampliar la consciencia de unidad, darle paso. Sería grandioso, todavía mis creencias me condicionan como un formato establecido para actuar como un robot. Muchas gracias 🌹 Dios los bendiga grandemente 🙏 🙏🙏