Puede que no lo notemos porque es lo que somos, pero la forma en que pensamos sobre la vida, las cosas que queremos, valoramos, preferimos, nuestras aspiraciones, modales, miedos, reacciones, todo está «programado» en nuestra psique, por el entorno social en el que vivimos. Cuando la COVID-19 forzó un cambio en nuestra vida y nos encerró, nos afectó a todos. Para algunos, su impacto fue físico, pero para todos, es emocional. Las implicaciones sociales y de conducta que provoca el coronavirus, apenas están comenzando, pero serán de largo alcance y duraderas. Entramos en una nueva era. Mientras más pronto nos adaptemos, mejor para todos.
Incluso si queremos volver a nuestro estilo de vida anterior, la presencia del virus lo hará muy difícil. Dondequiera que vayamos, existe la posibilidad de que podamos contraer el virus o transmitirlo, incluso si usamos mascarillas y mantenemos nuestra distancia. Poco a poco, el virus nos obliga a reconsiderar lo que solíamos dar por sentado, como salir a bares y restaurantes, tomar el avión para ir de vacaciones, comprar nuevos dispositivos, sólo porque son nuevos o porque nuestros amigos los tienen, etc.
Al obligarnos a comportarnos de manera diferente, el virus, en realidad, nos está «reprogramando». ¿Quién hubiera pensado hace sólo unos meses, que podríamos imaginar una vida sin la búsqueda interminable de placeres inmediatos (aunque insatisfactorios)? Pero ahora, si sólo tuviéramos el sustento básico garantizado, muchos con gusto saldríamos y diríamos: «Detengan al mundo, que quiero bajarme», parafraseando el musical de Leslie Bricusse.
El coronavirus no es una epidemia más. Igual que un virus informático, reprograma nuestro sistema operativo y cambia nuestra esencia. Pero no en el mal sentido; por el contrario, baja el ritmo de nuestra vida para que podamos descubrir placeres ocultos que no habíamos visto antes. Al obligarnos a depender de otros para nuestra salud, el virus nos enseña que podemos confiar en los demás, que podemos crear comunidades de apoyo y que podemos encontrar placer en la gente más que en las cosas.
El coronavirus no nos permitirá volver al consumismo desenfrenado, a la explotación sin control del planeta y de los demás. Nos enseñará a construir una vida buena y sostenible para nosotros y para nuestros hijos. Si seguimos sus directivas de buen grado, la transición será rápida y fácil. Si seguimos obstinados, será dolorosa y lenta. De cualquier manera, la COVID-19 ganará. Nos obligará a confinar lo no esencial para la vida y a alcanzar lo esencial para la felicidad.
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