La Covid-19 paralizó todas las actividades posibles en la civilización. Sin embargo, algunas actividades sufrieron tal golpe, que con certeza estamos en sus momentos pre mortuorios. Una de esas actividades es la educación superior. Después de décadas de acelerada decadencia política y ética y con la salida voluntaria de la integridad académica, en busca de apoyo monetario, lo único que queda de esta torre de marfil, es un cascarón vacío. Ahora, afortunadamente, el distanciamiento social también la destruyó, expuso lo que una vez fue la cúspide de la meta humana, ahora es la base de la indulgencia humana.
Cuando Platón fundó la Academia, fomentó la diversidad de perspectivas, la discusión de opiniones diferentes. Cuando se inició la Academia, no requería adherirse a doctrinas platónicas. Qué contradicción tan profunda con la agenda política flagrante de hoy, que defienden las instituciones académicas. Se puede determinar qué inclinación política tendrán los estudiantes de determinada institución académica al graduarse, eso anula, incluso la pretensión de integridad académica o intelectual. Peor aún, cuando el estudiante es adoctrinado según la institución donde estudia. A futuro, mientras más instituciones pueda apoyar financieramente y promover esas ideas; los egresados ocuparán lugares de liderazgo en el país, el mundo empresarial, escaños políticos y posteriormente controlarán el país.
Cuando las universidades comenzaron a desarrollarse en Europa, a principios de la edad media, iniciaron como escuelas monásticas (o catedralicias), se centraban en estudios religiosos y en artes liberales (gramática, lógica y retórica, música, aritmética, geometría y astronomía). En la antigua Grecia, su atención se centró en el desarrollo del pensamiento, pero también en la acumulación de conocimiento. A mediados y especialmente, a finales de la edad media, las universidades comenzaron a surgir como instituciones independientes, en Italia, Inglaterra, Francia y otras partes de Europa. En la época del renacimiento eran instituciones académicas completamente desarrolladas, muchas de ellas fueron financiadas por el monarca y no por la Iglesia.
Sin embargo, eso les hizo perder su independencia académica. Para mantener el favor del patrocinador, las instituciones tuvieron que «plegar» la ciencia, para coincidir con la opinión de sus patrocinadores y la objetividad salió por la ventana.
Si bien, se pudiera aceptar cierta parcialidad en las humanidades, es mucho menos aceptable en las ciencias duras y es francamente perjudicial en estudios médicos y otros campos de investigación que conciernen a la vida humana, la salud y el bienestar de la gente.
En las últimas décadas, hay numerosos casos en los que se deformó la investigación médica y se ocultaron pruebas para satisfacer el interés del patrocinador y a menudo causó terribles consecuencias para mucha gente.
El escándalo de la distribución de la talidomida, a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, por dar un ejemplo, dejó un efecto duradero en el mundo. Lanzada como fármaco sedante a finales de la década de 1950, también se descubrió que aliviaba los efectos de las náuseas matutinas en las mujeres embarazadas. El medicamento se vendió sin receta durante cinco años, antes de que se descubriera que podía interferir con el desarrollo del feto, causarle la muerte y horribles malformaciones. Durante esos cinco años se vieron afectados más de 10,000 niños, de los cuales el 40% falleció y el resto nació con malformaciones en brazos, piernas y en otras partes del cuerpo. Y lo peor, al menos en Gran Bretaña, la compañía que distribuía y vendía talidomida lo supo casi seis meses antes de que fuera retirada del mercado, supo que era creíble que causaba terribles deformaciones y la muerte del feto.
Desde la década de 1960, la situación ha empeorado. Si, incluso la medicina está en venta, cualquier cosa se vende. Hoy, las universidades, en su mayoría, se financian con fondos privados o dependen en gran medida de patrocinadores privados, para asegurar su presupuesto. Estas sumas no son sin ánimo de lucro. Tienen una etiqueta con precio claro y costoso, que la universidad acepta pagar cuando decide aceptar dinero de individuos, corporaciones o gobiernos extranjeros. Los patrocinadores, a menudo determinan gran parte del plan de estudios, de los profesores e incluso, algunos de los comentarios públicos que hacen las universidades sobre temas de interés para el patrocinador. De hecho, no son donaciones, son quid pro quo (algo a cambio de algo).
Afortunadamente, gracias a la Covid-19, los tiempos están cambiando, pues puso al descubierto lo peor de la comunidad médica, expuso a casi todas las personalidades médicas oficiales, como promotoras del interés financiero o político al que apoyan. Las opiniones de los llamados “expertos” sobre la naturaleza del virus y la forma de tratarlo son tan conflictivas que es claro que no se puede confiar en ninguno, hablo teniendo en cuenta el interés público. En esta posición, el público no puede conocer la verdad sobre el virus, porque nadie lo sabe, tampoco lo admitirán, ni dirán la verdad porque no favorece a sus intereses.
Más importante aún, la transformación que experimenta el mercado laboral, desde el cambio de siglo, hizo que las universidades sean casi superfluas. Por ejemplo, alguien que estudia ciencias de la computación y obtiene el grado, al menos la mitad de lo que aprendió en los primeros años, ya cambió y ese conocimiento fue irrelevante. Los empleadores actuales le dan mucho más peso a la experiencia laboral de los candidatos y a su habilidad de aprendizaje, que a su formación académica. Un estudio a más de 3,000 adolescentes y adultos en EU, encontró que la mitad piensa que su título es irrelevante para su trabajo.
No es que los jóvenes no necesiten aprender; necesitan aprender y aprender mucho, pero no en universidades. Las capacitaciones profesionales cortas, específicas para su área, son mucho más interesantes, accesibles y efectivas. En cursos de capacitación cortos, generalmente en línea, logran lo que necesitan, los hacen más profesionales en su campo y no quedan endeudados por décadas, con un montón de conocimiento irrelevante.
Cuando la Covid-19 forzó el distanciamiento social en el país, cerró las universidades. Afortunadamente, en otoño, muchas no volverán a abrir, pero continuarán enseñando en línea. Al hacerlo, eliminan el poco atractivo que tenían, su ambiente del campus.
Creo que es hora de pasar a la siguiente fase de aprendizaje.
No tiene sentido financiar instituciones gigantes que no benefician al pueblo. Las instituciones de investigación médica deben ser financiadas únicamente por el gobierno, para mantener la objetividad y su capacidad de centrarse en el beneficio de la gente y no en intereses creados.
Las ciencias sociales y las humanidades no deben considerarse ciencias, pues no lo son. Quienes quieran estudiarlas podrán hacerlo, pero las instituciones deberían profesar abiertamente qué ideología apoyan para que cuando la gente estudie ahí, sepa cuál será su opinión cuando termine. Además, al interactuar con un graduado de esta o aquella institución, se sabrá qué esperar y no habrá engaño al pensar que esa persona presenta información investigada objetivamente.
Es una limpieza de la Academia que se pospuso por mucho tiempo, el coronavirus la aceleró. En un futuro cercano, espero que la educación superior adopte una forma totalmente nueva y mucho más sana.
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