El deseo de la gente de evadir la tormenta del coronavirus y volver a la vida normal, compite con el aumento de la tasa de infección sin precedente en el mundo. La gente está cansada de oír hablar de la pandemia, pero ésta se aferra y no nos suelta, se extiende y golpea. Aunque, podremos encontrar energía para navegar en la crisis cuando nos demos cuenta de que la solución está en nuestras manos.
Académicos de Harvard dicen: “Por primera vez en la historia, casi todos los científicos del mundo están enfocados en el mismo problema … está comenzando a dar dividendos reales» y destacan la nueva era de cooperación en la que entramos, para mitigar el impacto de la pandemia en todos los ámbitos de la vida: economía, salud, educación, cultura. Millones de personas en el mundo están temerosas por las variables que predicen lo que nos espera en el futuro. ¿Qué pasará en el próximo invierno en términos de casos de COVID-19? ¿cuántos desempleados más habrá?
La incertidumbre da forma a nuestra conciencia colectiva y la prepara para un giro brusco. Precisamente este tipo de cambio de perspectiva, desde un enfoque egoísta y de mente estrecha, hacia un enfoque comprehensivo y amplio para resolver nuestros desafíos comunes, nos ayudará a solucionar la crisis desde su raíz más profunda: nuestras relaciones humanas disfuncionales. No verlos sólo desde una perspectiva científica, económica o política.
Un rayo de luz está entre nosotros
De un mundo en el que el hombre sólo se ve a sí mismo, necesitamos pasar a un mundo en el que todos se cuiden entre sí. Desde un mundo en el que ya no nos detenemos a considerar si usar o no mascarillas o mantener la distancia social para evitar la transmisión de un virus dañino a quienes están cerca de nosotros, necesitamos llegar a una realidad en la que, conscientemente hagamos lo necesario para proteger a los otros, de la misma manera que nos gustaría que los otros cuidaran la salud de nuestros hijos.
Nuestro sentido actual de impotencia nos hace más sensibles a nuestras relaciones. Sin mejores relaciones humanas, no podremos asegurar un buen futuro. Lo único que haremos será que desperdiciaremos energía y recursos en guerras y conflictos de intereses. Incluso si se encuentra una cura para COVID-19, no curará el fenómeno social del egoísmo excesivo, el estado que hace que nadie sienta las necesidades de los demás sino únicamente sus propias demandas egoístas.
La vacuna definitiva contra todos los patógenos tiene como objetivo sanar los corazones, neutralizar la crítica venenosa y corregir nuestra actitud explotadora hacia los demás. La naturaleza no es ciega y nada sucede por casualidad. El motor de la evolución produce lo que percibimos como eventos negativos. Debemos reaccionar y buscar conexiones que nos lleven en la dirección opuesta, a alinearnos con la naturaleza. Esta es la fórmula para la evolución de la vida y este tiempo requiere que todos lo entendamos. El mundo que construimos es totalmente interconectado, pero nuestros corazones permanecen separados. Esta incompatibilidad es exactamente lo que debemos arreglar para que funcionemos como un sistema integral, en consideración y armonía mutuas.
Si nos ayudamos y adoptamos la mentalidad de hacer bien a todos, nuestro corazón se limpiará de actitudes egoístas y alienantes y todas las partes de la naturaleza recuperarán el equilibrio.
La preocupación común por el bienestar de los demás creará soluciones para cada situación posible, construirá un escudo que nos protegerá de todos los predicamentos. Así, descubriremos que nada nos amenaza en la naturaleza y que el coronavirus fue sólo el medio para sanar al mundo del odio y del consumismo excesivo.
La conclusión de esta fórmula para la seguridad y la prosperidad es simple: sin conectar los corazones, todos sufriremos, pero el apoyo mutuo generará la sensación de paraíso. Somos como una familia unida en un túnel. Podremos ver la luz al final de ese túnel, sólo con el poder del amor.
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