De hecho, vivimos tiempos de crisis de confianza social y eso podría conducirnos a estados peores, en los que las conexiones se congelen y no podamos acercarnos a los otros. Y desde un estado en el que la sociedad viva en una especie de iceberg, veremos que no logramos nada bueno de la desconfianza mutua y podremos desarrollar el deseo de nueva calidez y amor. Y necesitaremos aprender una conexión que nos enriquezca y nos guíe para acercarnos y avivar nuestras relaciones con amor.
Por un lado, seguiremos en desconfianza mutua y nos sentiremos congelados en ese estado, por otro, veremos que no tenemos más remedio que aprender que la naturaleza nos lleva a un punto de desamparo como parte de nuestro desarrollo evolutivo.
Nuestra creciente desconfianza se debe a que el ego -el deseo de disfrutar a costa de los demás y de la naturaleza- crece continuamente y alcanza proporciones desmesuradas. Esto hace que nuestras relaciones sean cada vez más frías, hasta que al final, estemos totalmente congelados y no podamos acercarnos a los demás. Llegado este punto, necesitaremos, artificialmente, activar relaciones cálidas de conexión positiva.
¿Cómo?
Tendremos que iniciar ese proceso en pequeños grupos que estén de acuerdo en la necesidad de transformar las relaciones humanas, de negativas a positivas y que estén dispuestas a tener relaciones de consideración y respeto mutuos, por encima de su desconfianza innata.
Al participar en este proceso de aprendizaje enriquecedor de la conexión y de ejercicio de conexiones positivas, en grupos pequeños, veremos que la naturaleza nos exige vivir como un solo cuerpo, con responsabilidad mutua entre sus partes, igual que las células y órganos, que viven y funcionan en armonía, en bien de la salud y el bienestar del organismo.
¿Cómo pueden tantas partes diversas e incluso opuestas vivir en conexión y armonía? Pueden porque hay un sistema natural de vida que las une.
Así pues, tenemos que atraer la fuerza positiva que habita en la naturaleza -la fuerza de otorgamiento, amor y conexión- para que nos conecte de forma similar a como se interconectan las células y órganos del cuerpo humano.
El siguiente estado de evolución es entender, de forma positiva, nuestra estrecha interconexión e interdependencia: ser conscientes de la necesidad de considerarnos mutuamente, entender que, vivir en desconfianza mutua, no conduce a nada positivo y que necesitamos nutrirnos unos a otros con cuidado y respeto.
Cuando logremos esa conciencia, también demandaremos que la fuerza positiva que habita en la naturaleza vitalice nuestra interdependencia. Esa fuerza es omnipresente, está latente, aunque oculta a nuestra percepción egoísta; en realidad, eso es lo que está congelado pues dejamos que nuestro enfoque egoísta innato determine nuestra vida.
Cuando exijamos que la fuerza positiva de la naturaleza entre en nuestras conexiones, sentiremos que de eso depende nuestra supervivencia y podremos, por así decirlo, sacar esa fuerza «del congelador» y dejar que nos guíe, primero para conectarnos positivamente por encima de la desconfianza mutua y luego, que fortalezca la conexión hasta que sintamos que vivimos en un solo cuerpo.
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