Las palabras “Dios” y “Creador” evocan sentimientos diferentes.
Las religiones, las creencias y la gente en general, se relacionan más fácilmente con la palabra Dios, como cierto poder que llena el vacío que nos rodea, que existe fuera de nosotros.
El Creador, sin embargo, creó el mundo, a nosotros y todo lo que hay en nosotros. A cada momento, evoca la necesidad de que reaccionemos ante su influencia. Al calibrar nuestras reacciones de cierta manera, podemos llegar a percibir que somos la creación del Creador y que el Creador es la fuerza de otorgamiento, única, eterna y perfecta, que nos creó para un propósito específico.
En hebreo, la palabra para Creador es Bore, es una combinación de dos palabras, Bo (ven) y Re (ve). Es decir, el Creador es un nombre extenso que implica nuestra participación dinámica para llegar a Su revelación.
Por eso, “Creador” es un término más preciso que “Dios”. El Creador espera algo de nosotros, ¿qué espera el Creador de nosotros?
Que descubramos nuestra total dependencia a Él, que sólo el Creador puede hacernos iguales a Él y que le exijamos que nos corrija para invertir nuestra naturaleza egoísta en Su naturaleza generosa.
Podemos pedirle que haga algo y Él lo hace. Es decir, por un lado, somos impotentes como figuras en el guion del Creador, por otro lado, tenemos el control: sin nuestra petición y demanda, nunca podríamos alcanzar la revelación de la eternidad y perfección del Creador.
¿Cómo podemos pedirle al Creador que haga algo?
Así como los niños pequeños le exigen a sus padres y se aferran obstinadamente a su demanda sin importar cuántas veces los padres les digan «no». Esta demanda continua al Creador nos lleva a un estado al que los cabalistas llaman: “Mis hijos me derrotaron”. Así podremos sentir que somos Sus hijos y que Él nos creó, precisamente para desarrollar nuestra relación con Él.
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