Pero por muy siniestra que pueda parecer China, creo que representa un peligro mucho menor que el de otros países que ambicionan conquistar el mundo. Incluso si el plan de China tiene éxito, no será más que dominio económico. No tienen religión, abandonaron el comunismo y no tienen ninguna otra ideología más allá del ansia de poder. En las últimas décadas, han acumulado cantidades colosales de dinero y poder económico y las han traducido a influencia política en todo el mundo.
Hay grandes fuerzas en juego, mucho más fuertes que China o cualquier otra entidad creada por el hombre. Esas fuerzas, que vienen del núcleo de la realidad, están impulsando el dominio de China. No creo que sea en nuestro detrimento.
De hecho, si tuviera que elegir entre estar bajo la influencia de una potencia ideológica o religiosa o de una potencia cuya ambición sea sólo poder, elegiría esta última. Además, incluso la independencia que creemos tener ahora es totalmente ilusoria. Dependemos del mundo y de los poderes del mundo, en todos los aspectos de nuestra vida, así que, temer que nos controlen es una tontería, ya estamos controlados, sólo que no lo sabemos.
Pero, si queremos independencia, sin duda podemos conseguirla. Para ello, tenemos que superar los cálculos de las luchas de poder. Cuando se calcula así, vemos países subir y caer; es la naturaleza de la realidad y la historia ha demostrado que siempre sucede. En el plano mundial, es seguro que EUA caerá y otro país o varios países, ocuparán su lugar al frente del mundo. Simplemente es como funciona.
Sin embargo, cuando se trata de Israel, tenemos una opción. Si elegimos ser Israel, en el sentido más profundo de la palabra, siempre seremos libres. De hecho, las propias naciones guardarán y apreciarán nuestra libertad.
Ser Israel no tiene nada que ver con poder financiero ni militar; tiene todo que ver con nuestra naturaleza como israelíes. Actualmente, nos tratamos con ego y alienación. Esto nos debilita y nos degrada a los ojos del mundo. El mundo examina cada uno de nuestros pasos, pero sobre todo cómo nos tratamos entre nosotros. Cuando somos mezquinos y tenemos relaciones deplorables con nuestros vecinos, el mundo nos desprecia y nos odia. Cuando nos tratamos con respeto y calidez, así se relaciona el mundo con nosotros.
Somos la nación que acuñó el proverbio «Ama a tu prójimo como a ti mismo», que, por muy difícil que sea hacerlo, sigue siendo la noción más noble que jamás se haya concebido. Y aunque somos antagónicos, el mundo no olvida de dónde surgió la idea y espera que demos ejemplo.
Si por primera vez desde la ruina del Templo, conseguimos elevarnos por encima de nuestro yo mezquino y sentir preocupación real por los demás, el mundo envidiará nuestra capacidad. Nos verá con asombro y buscará ser como nosotros. Nosotros, por nuestra parte, abriremos nuestros brazos y corazón al mundo y seremos modelo a seguir, «luz para las naciones» con ejemplo de verdadera paz, no tregua, sino paz.
Esta será nuestra verdadera libertad, nuestro triunfo sobre la dominación y será nuestro boleto de entrada a la familia global de naciones.
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