Cuando oímos las promesas que los políticos hacen y rompen, ante todo, nos hace dudar del propósito de dar algún peso a sus declaraciones. Sería difícil encontrar una declaración, incluso un contrato, que finalmente no se rompa y por lo general, antes de lo esperado o en las circunstancias menos convenientes para una u otra parte. Esto plantea la pregunta: «¿Cuál es el punto de firmar cualquier contrato?» Actualmente, no tiene sentido. Aunque, hay circunstancias en las que todo cambiará y los líderes cumplirán su palabra.
Lo que nos motiva, es el miedo. Pocas veces hacemos algo por otra razón. Trabajamos porque tenemos miedo a la pobreza, hacemos amigos que no nos agradan, porque les tenemos miedo o tememos a la soledad y nos comportamos de maneras que no nos gustan ni a nosotros mismos, por temor a ser impopulares o incluso intimidados.
Los líderes son igual. Invariablemente, sus motivos son egoístas y generalmente surgen del miedo. Para obligarlos a cumplir sus promesas, deben temer las consecuencias de romperlas. En países democráticos, pueden tener miedo de romper promesas, porque podrían no ser reelegidos. En países totalitarios, no se ven tan afectados por la opinión pública, pero aún temen a la opinión que tiene su partido sobre ellos o pueden ser depuestos o asesinados. Incluso los gobernantes que parecen no tener rivales, justifican sus acciones, para quedar bien a los ojos del público, pues no pueden ignorar por completo la opinión que su pueblo tiene sobre ellos.
De ello se deduce que si el miedo es la motivación de los que están en el poder, deben aprender qué temer, para actuar en bien del público y no en beneficio propio. Los conflictos violentos actuales indican que las circunstancias han cambiado. El matón ya no es vencedor. El mundo se convirtió en una aldea global, donde los matones no son populares. Un país que abusa de otro país, aunque sea por una causa que consideren justa, debe pensar diez veces antes de usar la fuerza.
No es sólo una atmósfera diferente en la sociedad global. Una ley diferente que está entrando en juego: la ley de la interdependencia. Cuando es evidente que todos dependen de los demás, como ocurre hoy, todas las decisiones afectan a todos. Por eso, los países no pueden decidir sólo en función de su interés propio; lo quieran o no, son responsables del resto del mundo.
No podemos cambiar esta ley; así funciona hoy la realidad. De hecho, siempre ha funcionado así, pero no éramos tan conscientes como lo somos hoy. Nos guste o no y, no nos gusta, esta ley superior está dando forma a la sociedad global y determina nuevas reglas de conducta, donde todos deben ser considerados con los demás.
En los próximos años, aquellos que intenten burlar esta ley y violar los derechos de otros países, serán ejemplo de lo que les sucede a los líderes rebeldes que creen que pueden forzar su camino hacia el dominio. Cuando los líderes se den cuenta de que deben actuar con consideración a los demás, lo pensarán muy bien antes de comprometerse, se asegurarán de que sus compromisos beneficien a todos, no sólo a ellos mismos y temerán faltar a su palabra sin el consentimiento de todos las partes afectadas.
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