Nada era más importante para nosotros que las cosas. Por «cosas», no me refiero necesariamente a objetos o accesorios, sino a todo lo que nos distingue de los demás, lo que nos hace especiales, únicos. Cuando llegó la Covid, nos encerró en nuestra casa, nos hizo prácticamente invisibles o más bien, visibles sólo virtualmente y le quitó el sentido a casi todas nuestras «cosas». Pero como no podemos vivir sin valores, porque no seríamos diferentes de los animales, comenzamos a desarrollar otros nuevos. Ahora, gradualmente, nos vemos obligados a renunciar al placer de obtener respeto y admiración, a medida que aprendemos a disfrutar de conexiones positivas y recíprocas con los demás.
El ambiente en las calles y en los medios puede ser totalmente diferente, pero hay corrientes subterráneas que allanan el camino hacia una nueva realidad. La guerra en el exterior marca los últimos suspiros del viejo mundo, donde cada uno era para sí mismo.
Ningún inicio es fácil y ciertamente, no lo es el inicio de una nueva realidad. Pero cuanto antes nos demos cuenta de que no podemos volver atrás, ni ahora ni nunca, más rápida y fácil será la transición. Los viejos valores dejaron competencia, corrupción, explotación y contaminación. Causaron depresión, obsesión, alienación y aislamiento. También nos trajeron el coronavirus, que finalmente los está matando uno a uno.
De repente, debemos pensar en los demás y ellos, en nosotros. En el proceso, estamos descubriendo que es mejor comunicarse que competir, dar y recibir en lugar de tomar y rendirse y, conexión en lugar de alienación.
Los que actualmente luchan por sus propios derechos, perderán. Los que luchan por unir a todos por encima de diferencias y penurias, triunfarán. Quizá no en persona, pero la forma de conexión derrotará a la forma de separación; simplemente, llegó el momento de hacerlo.
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