En nuestros deseos egoístas innatos vemos una pequeña imagen de la realidad, que se divide en una imagen externa y otra interna. Si pasamos de la percepción egoísta a su opuesta, la de otorgamiento y amor, si internalizamos lo que percibimos como externo a nosotros, nuestra percepción será una imagen mucho más completa.
Deliberadamente, el deseo egoísta actúa como obstáculo en nuestro camino hacia una imagen clara de la realidad. Proyecta nuestra realidad interior hacia el exterior, se nos muestra como si existiera fuera de nosotros.
En el presente, en nuestro interior, sólo sentimos nuestros estados: inanimado, vegetal y animal. Dada nuestra actitud egoísta ante la realidad, el estado humano, lo sentimos fuera de nosotros. Es decir, al desear usar lo exterior, sólo en beneficio personal, no percibimos los hilos de amor y otorgamiento que nos conectan con la humanidad en una sola entidad.
Cuando nos conectemos con personas y objetos externos, los aceptaremos como propios y nos relacionaremos –incluso con amor–, así podremos sentirlos en nuestro interior, como la madre siente al feto. También, en la medida en que interiorizamos lo que antes estaba fuera, el universo entra en nosotros.
El fin del desarrollo humano se define al alcanzar el universo y sentirlo en nuestra percepción. Es la culminación de nuestra conexión positiva con la naturaleza, es decir, cuando la naturaleza entra en nosotros, la sentimos y nos convertimos en parte integral. Y sentimos la totalidad de estas impresiones como parte integrante de nuestro equilibrio y armonía con la naturaleza, es decir, con el pensamiento común más elevado de la naturaleza.
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