En estos días, cuando la admiración por superestrellas, atletas, cantantes pop y modelos, marca la pauta en el mundo, vale la pena analizar el fenómeno de la admiración y cómo podemos usarlo de manera positiva.
Cuando los polluelos nacen, naturalmente siguen a su madre. Si su madre está ausente, seguirán cualquier cosa grande que se mueva, como si fuera su madre. Nosotros también tenemos esa tendencia a seguir a alguien grande, alguien que puede dirigirnos y protegernos, alguien a quien valga la pena seguir.
Nuestra necesidad de orientación comienza en la niñez. Primero, admiramos a nuestros padres, quienes literalmente son el mundo para nosotros. Más tarde, aprendemos a apreciar a maestros, amigos, compañeros que parecen tener éxito y a otras personas que idolatramos. Sin ídolos, nos sentimos desorientados e inseguros, no sabemos hacia dónde queremos ir.
Hay partes interesadas que explotan esa necesidad vital. Con los principales medios de comunicación y redes sociales, nos dirigen a dónde quieren que vayamos y nos obligan a hacer lo que ellos quieren. Elevan a los ídolos de las redes sociales al estrellato, los convierten en celebridades que marcan la pauta en el discurso público y nos hacen pensar que estas personas son las más grandes.
Poco a poco, con la influencia del entorno social, nuestro aprecio se convierte en admiración. Este ya es un nivel superior de relación, con un objeto de atención. Los aficionados están activos; tienen un sentido de pertenencia y poder, que se deriva de los sentimientos de justicia propia y del derecho que nos da admirar a las personas «adecuadas».
Para los gobernantes, esta es la situación ideal. Cuando la gente es complaciente y se entretiene con deportes, películas y conciertos pop, puede ser fácilmente manipulada. Esto permite que la élite gane riqueza y poder sin ser molestada.
Si queremos avanzar a un lugar mejor que el que tenemos hoy, como individuos y como sociedad, primero debemos determinar los valores que queremos promover. Estos valores deben coincidir con la dirección del desarrollo global, que está haciendo del mundo un lugar interconectado e interdependiente. De hecho, hoy, nuestro nivel de dependencia mutua llegó al punto en que dependemos unos de otros para las necesidades más básicas.
Dado que este es el caso, necesitamos valores sociales que correspondan a nuestra condición. De lo contrario, crearemos disonancia entre nuestras aspiraciones y valores, que surgen de los ídolos egoístas que emulamos y, nuestra realidad, que es totalmente interconectada, requiere el altruismo como base para la existencia. De hecho, esta disonancia es la razón por la que hoy, tanta gente está insatisfecha con la vida.
Cuanto antes aprendamos a valorar y promover responsabilidad, cuidado y consideración para todos, antes tendremos una mejor vida. Si aprendemos a respetar a la gente que promueve la cohesión y el sentido de unidad en la sociedad, será fácil ascender al siguiente nivel en nuestro desarrollo, donde la aldea global que somos, sea próspera y abundante para todos sus residentes y todos se sentirán seguros y felices.
Deja una respuesta