Se han suscitado muchas críticas contra esta joven generación, atrapada día y noche, en el espacio virtual, detrás de pantallas de computadora y dispositivos móviles. Los detractores dicen que ésta es una generación sin vida, que carece de desarrollo cerebral adecuado, de habilidades de comunicación, de imaginación y que se hunde, enterrada en hileras de palabras y en innumerables imágenes. Sin embargo, la «generación de la pantalla» es más experta que todas las anteriores, en discernir la enfermedad mortal de la persistencia del ego que supura en nuestro mundo.
Así como el diagnóstico preciso de una enfermedad en sus primeras etapas, nos da gran ventaja para curarla, la «generación de la pantalla» tiene el don de «reconocer el mal», es decir, siente la naturaleza destructiva del ego humano. El deseo de disfrutar a expensas de los demás, reside en cada uno de nosotros y es la fuente de todos nuestros problemas. Si no logramos darnos cuenta, no podremos esperar ningún avance positivo, ningún alivio de nuestra enfermedad.
En una atmósfera de amistad, calidez, simpatía y apoyo mutuo, podemos construir conexiones positivas por encima de nuestros impulsos egoístas, en espíritu de discusión abierta.
Sin embargo, aunque nuestra “generación de la pantalla” puede reconocer el mal, la solución al problema no puede ser con las mismas pantallas que lo agrandan. Los libros también, aunque se sabe que funcionan más positivamente en el desarrollo del cerebro, que mejoran la habilidad en el desarrollo del lenguaje, de la escritura, de la imaginación y de escuchar y aprender, originalmente surgieron como una interrupción que echó a perder la transmisión de la sabiduría más natural, de boca en boca, de maestro a alumno.
En el pasado distante, los maestros sabios se sentaban en colinas y debajo de árboles, rodeados de círculos de estudiantes y transmitían palabras de sabiduría, enseñaban conversando e interactuando. Así, podríamos aprender, de formatos de aprendizaje pasados, para lograr solucionar nuestros problemas actuales.
En una atmósfera de amistad, calidez, simpatía y apoyo mutuo, podemos construir conexiones positivas por encima de nuestros impulsos egoístas, en espíritu de discusión abierta. En otras palabras, cuando reconocemos que nuestro progreso tecnológico, científico y cultural va junto con la disminución en la calidad de nuestros vínculos, podemos emparejar la necesidad desesperada de sanar nuestras relaciones con el método de conexión, que se perfeccionó en el método educativo de nuestros sabios, para así, encontrar la cura a nuestro estado actual.
Cuando se transmitía la sabiduría de boca en boca, el aprendizaje requería un escucha atento para comprender lo que se estaba discutiendo y para internalizar y agregar el material a nuestra reserva de memoria. Los estudiantes escuchaban, hacían preguntas y conversaban para obtener conocimiento y sabiduría. En sus círculos, absorbían el espíritu del material que se enseñaba. En un enfoque conversacional y social, los estudiantes se conectarán, entre ellos y con sus maestros, cara a cara.
Por lo tanto, nuestro desafío para corregir el mal inherente a la naturaleza humana, es aprender a conectarnos positivamente por encima de nuestros impulsos divisivos. En el centro de nuestro discurso debe haber comprensión de esa necesidad e ímpetu para equilibrarnos con la ley de la naturaleza que lo mueve todo y a todos, hacia estados cada vez más unidos.
Nuestras conversaciones, gradualmente nos ayudarán a comprender y a sentir un deseo más poderoso de conectarnos positivamente con una actitud mental y emocional mucho mayor. Nuestro cerebro se desarrollará junto con nuestro corazón y tendremos acceso al último dispositivo de unidad para tratar cualquier problema y división que pudiera aparecer entre nosotros.
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