El tema elegido por la UNESCO para este 27 de enero, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, es “De las palabras al genocidio: propaganda antisemita y el Holocausto”. Los debates en esa jornada tendrán como objetivo “examinar las raíces y consecuencias del discurso del odio”.
La página de la UNESCO que anuncia este día conmemorativo expone que “El Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto fue establecido (…) para ‘instar a los Estados Miembros a que elaboren programas educativos que inculquen la memoria de la tragedia en las generaciones futuras y de ese modo impedir que el genocidio se produzca de nuevo”.
La organización también recoge las palabras del 27 de septiembre de 2015 de la Directora General, la Sra. Irina Bokova: “La prevención de un genocidio comienza en los pupitres de las escuelas (…) La educación puede ayudar a prevenir la incitación al odio y acabar con los prejuicios”. Estas veraces declaraciones de la señora Bokova concuerdan con el espíritu de las palabras que escuché de ella hace algunos años en una reunión que tuvimos en París.
No obstante, estas palabras también recalcan el peligro real de otro holocausto en un futuro próximo. Si tenemos en cuenta los discursos que incitan al odio desmesurado contra Israel en los campus de todos los EE.UU. y el Reino Unido, los “hechos” tergiversados y a menudo falseados que allí se presentan, y lo comparamos con la atmósfera antisemita que se respiraba en la Alemania nazi, uno no puede evitar pensar que lo que está sucediendo hoy es justamente lo opuesto a la visión de Bokova sobre la educación.
Los judíos se sienten inseguros por toda Europa, especialmente en los países más liberales. Al igual que en la Alemania de preguerra, se está utilizando la libertad de expresión para propagar declaraciones infundadas que alimentan el odio a Israel y a los judíos.
Ya he escrito por qué pienso que los judíos no tienen futuro en Europa. Pero es preciso que sea más claro: Nosotros, los judíos, no tenemos futuro en ningún sitio –al menos no entre los que consideramos convenientes– a no ser que cumplamos con nuestra tarea.
¿Cuál es nuestra “tarea”? Unirnos. Uno de los comentarios al post que acabo de mencionar –“¿Por qué los judíos no tienen futuro en Europa?”– decía: “El pueblo elegido… ¡eso suena tan arrogante!”. Puedo entender este comentario, pero debemos recordar que no fuimos elegidos para gobernar el mundo: fuimos elegidos para ofrecer al mundo la manera de unirse por encima de todas las diferencias, para que la gente fuera capaz de amar al prójimo como a sí mismo.
Pero para llegar a eso, nos toca hacerlo a nosotros primero. Lo logramos en su momento, cuando nos convertimos en una nación; y la tarea que se nos encomendó –ser una luz para las naciones– implica precisamente eso: traer la luz de la unidad, porque el mundo está cayendo en un abismo de guerras de ego y narcisismo patológico. Si rehuimos esta tarea, el mundo nos culpará de la próxima guerra mundial, producto de la crueldad humana y la indiferencia hacia nuestros semejantes.
Somos una nación que se forjó en torno a la ideología de la misericordia y el amor fraternal cuando unos desconocidos acordaron adherirse y unirse como iguales. Nos convertimos en una nación cuando nos comprometimos a ser “como un solo hombre con un solo corazón”. Desde entonces, nuestro deber ha sido mantener esa conexión, este modus operandi de la nación; y desde ese momento se nos dio la tarea de ser una luz para las naciones: no para ser exonerados, ¡sino para poder servir! El servicio de los judíos al mundo es cumplir y dar un ejemplo de “ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Con el paso del tiempo hemos abandonado la extraordinaria conexión que una vez cultivamos y nos hemos convertido en egocéntricos. El problema es que ahora la humanidad ha descubierto que todos somos interdependientes, y está buscando la manera de poder vivir juntos y en paz, pero no logra encontrarla. Nosotros la teníamos, pero la abandonamos. Hasta que no aprendamos a estar tan unidos como en el pasado, el mundo seguirá sin saber cómo hacerlo y seguirá culpándonos de todo sus males. Por eso, si queremos evitar el próximo holocausto, nosotros, los judíos, debemos mostrar al mundo la luz de la unidad.
Puede sonar arrogante, pero actualmente nos culpan de todo lo que va mal en el mundo, desde el Ébola hasta el cambio climático; por lo tanto es lógico pensar que también podemos enmendar los deterioros que nos reprochan. Todos los problemas del mundo están originados –o cuando menos agravados– por la falta de buena voluntad y el distanciamiento entre nosotros. Si pudiéramos transformar el distanciamiento en conexión, resolveríamos prácticamente todos los problemas de nuestras vidas. Sin embargo, eso no sucederá mientras los judíos no proporcionemos un ejemplo de unidad y solidaridad mutua: un nivel necesario de solidaridad mutua como para transformar nuestras vidas. Veremos constantes tragedias y holocaustos… hasta que entendamos lo que debemos hacer; y lo hagamos. Pero ahora que tenemos educación, al menos tenemos una opción.