Incluso antes de que la Covid-19 se extendiera como un incendio forestal por el mundo, ya nos acercábamos a una recesión. Los medios de comunicación fingieron que había muchas más golosinas que descubrir, pero a pesar de la cortina de humo, avanzábamos poco a poco hacia el final. No seremos felices viviendo en una colonia en Marte; no estaremos contentos porque haya un nuevo presidente; no seremos felices porque nuestro automóvil sea eléctrico y nuestra energía provenga de fuentes renovables ni por comer hamburguesas vegetarianas o carne cultivada en laboratorio. Seremos felices cuando tengamos responsabilidad por nuestra vida y dejemos de enfocarnos sólo en nosotros mismos.
Nos acercamos a la verdad. Los deseos que antes nos impulsaban a actuar van perdiendo su encanto. Aún queremos dinero, fama y poder, pero la voluntad de la gente de hacer el esfuerzo necesario para adquirirlos, parece estar menguando. No es por pereza; es porque es más consciente de que esos logros no darán felicidad. Y si no puedes ser feliz al tener todo eso, ¿para qué molestarte en conseguirlo?
Sin embargo, ¡Algo tiene que satisfacernos! ¡Sin satisfacción, no nos sentimos vivos! Hoy, muchos ya renunciaron a encontrar satisfacción en riqueza, poder y fama, pero no encuentran una ambición sustituta y se hunden en la desesperación, que luego se convierte en depresión. Otros prueban deportes extremos, alimentación excesiva o hábitos sexuales excéntricos, pero todas son etapas para renunciar a sus intereses. Incluso la religión, que solía ser el refugio más seguro de la aparente falta de sentido de la vida, ya no parece tan prometedora.
Eventualmente, cuando hayamos agotado todas las opciones y la promesa de los medios, de alegría potencial ya no nos engañe ni tengamos ninguna otra tentación, nos encontraremos sin idea de qué podrá hacernos felices, qué hará que la vida parezca valiosa. Ese momento, cuando toquemos fondo, será un momento crucial. Cuando nos demos cuenta de que nada nos puede agradar, dejaremos de vernos sólo a nosotros mismos. Será cuando realmente veamos que hay otros, todo un mundo fuera de nosotros que ha estado esperando a que veamos fuera y no sólo hacia adentro.
Será cuando dejemos de preguntarnos por el significado de la vida, porque cada momento tendrá significado y propósito. La oportunidad de sentir a los demás, de conectar, compartir, cuidar, expande nuestros estrechos horizontes hasta el punto en que descubramos los infinitos deseos que podemos satisfacer.
Cuando nos esforzamos por cumplir nuestros sueños, a menudo quedamos insatisfechos. Además, incluso cuando logramos nuestras metas, por lo general dejan de satisfacernos poco después de lograrlas. Contrariamente a ese patrón, cuando buscamos conectarnos con otros y atender sus necesidades, tanto trabajo como logro, son satisfactorios. Piénsalo; cuando hiciste algo por alguien ¿no te sentiste bien?
Hay una buena razón: cuando das, creces, te conviertes en algo más que tú mismo; te conectas con la persona a la que das y algo de ella se convierte en ti. Toda la vida, todo el universo entero está conectado. Cuando adoptas ese estado de ánimo, tú también te conectas, de forma similar a tu entorno. Así, te conectas con todo lo que te rodea. E incluso si no eres consciente, tu entorno te da energía. Por eso, los que dan nunca están deprimidos ni desesperanzados. Así como las personas crecen cuando se convierten en padres, nosotros ahora debemos crecer y convertirnos en padres del mundo que nos rodea. Sólo podemos crecer con la transformación.
Bendiciones infinitas 🙏🌹🙏