El final del “liberalismo” totalitario que destila odio comenzó con Netanyahu, se extiende ahora a los Estados Unidos y después llegará a Europa.
Durante la campaña electoral en marzo de 2015 en Israel, las encuestas predijeron un empate técnico entre el Likud y la Unión Sionista de izquierdas. Sin embargo, el Likud ganó por un amplio margen. Durante el referéndum sobre el “Brexit” en junio de 2016, las encuestas pronosticaron una mayoría para los partidarios de la permanencia del Reino Unido en la UE. Y el Reino Unido votó por la salida. Durante la campaña electoral de 2016 en Estados Unidos, las encuestas auguraron una victoria de Hillary Clinton sobre Donald Trump. Pero las encuestas se equivocaban de nuevo: Donald Trump es ahora el Presidente electo de los Estados Unidos.
En 2017, Holanda, Francia y Alemania celebrarán elecciones generales. Y ya está claro que también allí los partidos de derecha incrementarán sustancialmente su fuerza, si es que finalmente no acaban haciéndose con el gobierno. Y acto seguido, abandonar la UE estará en la lista de prioridades, al menos en los Países Bajos y Francia.
Esto no es coincidencia. Durante décadas, las élites gobernantes han estado tratando de persuadirnos de que el camino a seguir es derribar las fronteras, y promover el pluralismo y el multiculturalismo (otra forma de decir “ninguna cultura en absoluto”). La prensa se ha convertido en su instrumento de educación, asegurando que si piensas que Jerusalén debe ser una parte inseparable de Israel, entonces profesas el odio a los árabes y posiblemente seas un genocida. O que si piensas que un éxodo hacia Europa de millones de musulmanes jóvenes, sanos y en su mayor parte hombres sin intención de integrarse en su sociedad o su cultura son, en realidad, una invasión, entonces eres un islamófobo. Asimismo, la prensa nos ha estado contando que si eres un estadounidense preocupado por la migración de millones de personas que no respetan ni comprenden lo que significa una sociedad libre, entonces eres un fascista, un xenófobo y un peligro para la democracia.
Una fórmula para el caos
El “liberalismo” totalitario ha impuesto su punto de vista sobre la opinión pública mediante el escarnio y el boicot a aquellos pensadores independientes que no se ajustan a la visión “correcta”. Hoy por hoy, la única visión “legítima” es aquella que da la bienvenida a los inmigrantes indiscriminadamente, independientemente del coste que tengan que pagar los europeos y, ahora también, para los estadounidenses. Así, nada puede salir bien.
Como ya expliqué anteriormente, tratar de imponer la fusión de culturas sin una preparación previa es inútil ya que contradice la naturaleza humana y por lo tanto no puede funcionar. Del mismo modo que la Rusia soviética no logró fusionar sus incontables nacionalidades en una sola entidad –a pesar de haber utilizado la opresión, la hambruna y el genocidio– Europa no será capaz de absorber apaciblemente a los musulmanes; ni tampoco lo logrará Estados Unidos. Esa pretensión es una fórmula para el caos.
Primero educación
A lo largo de la historia, solo hay un ejemplo exitoso de fusión de diferentes nacionalidades: el pueblo de Israel. Los judíos primigenios no provenían de una localidad ni compartían un mismo linaje biológico. Se convirtieron en una nación porque nuestros antepasados los guiaron a través de un proceso gradual en el que utilizaron los conflictos que iban surgiendo entre ellos como un medio para fortalecer su conexión mutua.
Aunque el nacimiento “oficial” del pueblo judío tiene lugar a los pies del Monte Sinaí, cuando acordaron unirse “como un solo hombre con un solo corazón”, los enfrentamientos y conflictos entre ellos se prolongaron durante mucho tiempo. Aquellos primeros judíos aprendieron a “cubrir” sus conflictos con amor, reforzando así su unión, al igual que los amantes cuando se reconcilian después de una discusión.
Los judíos aprendieron de sus antepasados que el ego por sí solo no puede sustentar a una sociedad. Se dieron cuenta de que la naturaleza utiliza dos fuerzas fundamentales o, dicho de otro modo, dos “piernas” para avanzar: la positiva y la negativa, dar y recibir, el egoísmo y el altruismo. Las dos piernas se equilibran de manera natural en todo lo que nos rodea y el avance se produce apaciblemente. Sin embargo, en la sociedad humana, únicamente gobierna la fuerza negativa, el ego. Cuando los judíos aprendieron a agregar la fuerza positiva –la “pierna” altruista– lograron construir un vínculo estrecho y sólido entre aquellos extraños que ahora conocemos como “el pueblo de Israel”.
Este cambio no ocurre de la noche a la mañana. Lleva tiempo y adiestramiento. Los primeros judíos no se mezclaron entre sí sin sentido. Se dividieron en tribus, y se prohibieron los matrimonios entre ellas precisamente porque sabían que no habían superado sus egos suficientemente. Cada vez que el odio aparecía entre ellos, lo cubrían con amor; hasta que irrumpía el siguiente nivel de egoísmo. El rey Salomón sintetizó el trabajo de Israel con las dos fuerzas en estas palabras: “El odio despierta la contienda y el amor cubre todos las transgresiones” (Proverbios 10,12).
George Soros y su aportación financiera para la migración masiva de musulmanes a Europa y a los Estados Unidos obliga a migrantes y autóctonos a fusionar culturas y religiones que ni se comprenden ni se aprecian mutuamente. Sin una exhaustiva educación enfocada a la conexión, donde la gente aprenda a cubrir su odio con amor –como hicieron los israelitas en el desierto del Sinaí– este “experimento” terminará inevitablemente mal. De hecho, es tan obvio su fracaso, que plantea la inquietud de que su autor pudiera haber planeado el caos en lugar de la integración.
Derrocar el liberalismo totalitario
La elección de Trump, así como el avance de la derecha política en Europa y la fuerza cada vez mayor de la derecha en Israel, revelan que la gente no tolerará una fusión forzosa con otra cultura. No son reaccionarios ni aislacionistas. La gente necesita tener la certeza de que la inmigración no se lleva a cabo en detrimento de sus medios de subsistencia, de su seguridad y tradiciones. Cuando los alemanes temen que Augsburgo se convierta en Islamburgo, no están siendo extremistas: simplemente están protegiéndose. Es lo más natural del mundo; y es comprensible, a menos que te hayas dejado embaucar con la idea de que los migrantes son lo primero, a cualquier precio. Esta deformación de la naturaleza humana es el resultado del liberalismo totalitario y eso es lo que la gente intenta derrocar a través del voto.
Con toda franqueza, creo que seguramente Europa ha perdido el último tren. Ya hay demasiados inmigrantes, y los europeos son demasiado débiles para educarlos en la democracia o expulsarlos. Y lo peor de todo: muchos gobiernos europeos todavía defienden esta forma de liberalismo y no pueden –o no quieren– ver sus daños.
Pero Estados Unidos aún no está perdido. Será una dura batalla, pero todavía es posible ganar. Antes de las elecciones, la prensa expresó su preocupación por lo que podrían hacer los votantes de Trump en caso de que perdiera. Ahora que ha ganado, esos mismos periódicos aplauden los disturbios por todo el país. Si alguna vez se han visto casos de una manifiesta parcialidad de la prensa, este es uno de ellos.
Se ha establecido un nuevo rumbo en contra de la voluntad de la élite: ahora se pretende beneficiar a la clase media y a los obreros, no a Wall Street. Y los bancos no capitularán fácilmente, pero al menos es una esperanza para el cambio.
La sociedad necesita ambas piernas
América ya es una miscelánea de culturas y etnias, pero no existe una verdadera unión. Algo así no se logra haciendo que todos sean iguales, sino conservando lo que nos hace diferentes y construyendo la unidad por encima de ello. Esta es la única forma de que los estadounidenses sientan que están en casa (culturalmente) y a la vez orgullosos (de su país). Si Estados Unidos quiere acabar con el racismo, debe detener la inmigración e implementar ese ancestral sistema de educación hebreo. Y solamente cuando se haya implantado un sólido tejido social, América debería permitir de nuevo la admisión de migrantes; siempre y cuando ellos también, antes de llegar, se sometan a esa educación para la unidad.
Solo podremos mantener una sociedad saludable si fomentamos la fuerza positiva de la naturaleza –la pierna de la unidad–. Esto es válido para Israel, para los EEUU y también para Europa. La ley de la naturaleza establece que cuando es el ego quien manda, la sociedad acaba siendo destruida.
El liberalismo ha permitido que el ego gobierne bajo un manto de falsos clichés, silenciando a los que se pronunciaban en contra de ello y, asfixiando así, al verdadero pluralismo. Ahora que está siendo destronado, tenemos la oportunidad de reconstruir la sociedad y basarla en conexiones saludables y sostenibles. Conexiones en las que reconocer nuestra naturaleza egoísta y cubrirlo todo con amor.