De pronto, no podemos escapar de nuestra dependencia de los demás. No queremos depender, pero si no tienen cuidado, podrían infectarme y si no tengo cuidado, podría infectarlos.
¿Cómo puedo protegerme de ellos, si son irresponsables? Pero yo también a menudo soy irresponsable. Entonces, ¿puedo confiar en que otros serán responsables? ¿tengo derecho a esperarlo de ellos?
La Covid-19 nos obligó a reconocer y afrontar nuestra interdependencia. No queremos; queríamos seguir viviendo una vida sin preocupaciones, poder seguir haciendo lo que queremos sin tener que rendir cuentas por nuestras acciones. Pero la naturaleza nos lanzó una bola curva. De la nada, nos arrojó un virus a la cara y nos obligó a repensar todo lo que sabíamos sobre nosotros, la sociedad y el mundo en el que vivimos.
Antes de que nos arrojara la Covid, explotamos y manipulamos a todos y a todo y, todos hicieron lo mismo. El ganador del juego de trampas, fue el que más explotó, engañó y se salió con la suya. Creamos una sociedad de gente miserable, drogada con medicina recetada, desesperada, insegura, arrastrándose por una vida sin rumbo y llena de dolor. No mostramos piedad hacia la naturaleza: suelo, plantas y animales.
Así, la Covid surgió con un mensaje en lo alto: sean amables con los demás. Con la fuerza que nos debilitó, restauró el equilibrio de la Tierra. Nos envió a casa y nos mantuvo allí para que la naturaleza pudiera recuperarse. Y una vez que lo hizo, el virus nos dejó salir, pero nos dijo que no nos volviéramos a portar mal.
No quisimos escuchar y ahora está de regreso, más fuerte que antes. No es castigo; es la rienda que la naturaleza usa para dirigirnos hacia donde ella quiere. Quiere que vayamos hacia la responsabilidad mutua. Ya nos hizo mutuamente responsables a nivel físico, nos hizo responsables por la salud de los demás. Ahora quiere que seamos responsables a nivel emocional y espiritual, que sintamos las necesidades de los otros, sin las restricciones físicas que nos impone actualmente.
El coronavirus nos enseña a pensar positivamente en los demás, a cuidar su salud, incluso si no queremos, pues mi salud depende de la de otros. Pero el virus aspira a más. Si pensamos en todos, por nuestra propia voluntad, el virus no tendrá que obligarnos. Y ese es su objetivo: hacernos pensar en los demás, cuidar a otros y construir una humanidad unida, como la naturaleza misma.
Cuando nos volvamos como la naturaleza, entenderemos por qué nos envió el virus. Veremos la integridad del sistema que nos engendró y todo lo que nos rodea. Entenderemos los ciclos de la vida y la razón de vivir y formaremos una sociedad humana unida y todos comprenderemos por qué estamos aquí y disfrutaremos cada momento de nuestra vida.
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