Mucho antes de que la pandemia azotara al mundo, Estados Unidos ya estaba en tendencia a la baja. Según una historia publicada por David Leonhardt en The New York Times con el título «Esperanza de vida, en caída» dice: «Durante la segunda mitad de la década de 2010, la esperanza de vida (en EUA) ha caído de manera sostenida, por primera vez desde que la Segunda Guerra Mundial mató a varios cientos de miles de estadounidenses».
Haciendo eco de este tema, la revista Science News en un ensayo titulado “Las muertes por desesperación aumentan”, declaró: “Es hora de definir la desesperación», dice que “Desde la década de 1990, la mortalidad ha aumentado drásticamente». Y, según Science News, el aumento no fue indiscriminado; afectó principalmente a «blancos, no hispanos, de mediana edad, especialmente a los que no tenían un título universitario».
Según ambas historias, que se basaron en publicaciones de Anne Case y Angus Deaton, economistas de la Universidad de Princeton, la razón de la disminución de la esperanza de vida fue lo que los investigadores denominaron «muertes por desesperación». Estas muertes son causadas por varios factores, sociales, más que médicos. Entre estos factores están; falta de estructura y significado en la vida, lazos sociales rotos o pobres en el trabajo, pérdida de conexión con la iglesia o grupos comunitarios, altas tasas de divorcio o no casarse, abuso de drogas y sustancias, alcoholismo y suicidio.
Como escribe Leonhardt, «Es difícil imaginar una señal más alarmante del bienestar de una sociedad que la incapacidad de mantener vivos a sus ciudadanos». Si bien entiendo que la gente educada puede ser menos susceptible a la desesperación fatal, pues tiene más distracciones para llenar su mente, la profunda crisis que ha golpeado a la sociedad de EUA es omnipresente. No tengo ninguna duda de que afectará a todos y mucho más allá de sus fronteras. Como señalan Case y Deaton, la crisis no está en la capacidad de vivir, está en no tener motivos para hacerlo.
Los humanos no son animales. No podemos conformarnos con cada día tener comida y un lugar para dormir. Como seres humanos, vemos el futuro, reflexionamos sobre el propósito de la vida y sobre nuestra libertad para vivir como queramos, suponiendo que sabemos cómo queremos vivir.
Además, como seres sociales desarrollados, vivimos en sistemas sociales complejos que influyen en nosotros constantemente y nosotros también influimos en ellos. Cuando cualquier miembro de la sociedad está en crisis, se transmite de persona a persona como virus. Innumerables estudios han demostrado que cuando la gente que te rodea es feliz, tus posibilidades de ser feliz son mucho más altas, que si los que te rodean están deprimidos. Esto es cierto incluso si no interactúas directamente con esas personas. Por eso, cuando se propaga por la sociedad la sensación de falta de sentido, debe tratarse a nivel social pues, de hecho, es una epidemia.
El problema, como ya señalaron Case y Deaton, es la falta de sentido en la vida. Por eso, este es el problema que debemos resolver si queremos sanar a la sociedad. Mientras más tardemos, más se extenderá la depresión y pasará factura. Los millennials ya encuentran de mal gusto, mucho de lo que emocionó a sus padres. Y sin un propósito en la vida, caerán en el mismo atolladero que está arruinando a la generación de sus padres.
Para detener la propagación de la desesperación fatal, debemos dar a la gente un propósito duradero. Ese propósito debe ser mayor que la propia vida, la gente ya renunció a encontrar metas, que valga la pena perseguir. Necesitamos mostrarle que la vida humana tiene propósito, que puede sentirse realmente viva, sólo si ve más allá de su caparazón personal y puede sentir al mundo y a la gente que le rodea. Cuando nos conectarnos con los demás, encontramos significado en todo lo que hacemos. De repente, cada una de nuestras acciones y pensamientos tiene un impacto, positivo o negativo y cada uno importa, pues todos nos influimos unos a otros.
Sólo cuando vemos el mundo desde una perspectiva más amplia, podemos comprender que cada uno es importante para la humanidad. Cuando trabajamos para mejorar a la sociedad, en lugar de acumular riqueza, poder y posesiones egoístamente, todo lo que hacemos, decimos o pensamos se vuelve importante para todos los que nos rodean y para quienes vendrán después de nosotros.
La vida no se valorará por lo que logramos acumular, sino por nuestro impacto en la sociedad. Aquellos que fortalecen a la sociedad, que la hacen resiliente y animada, son aquellos cuya vida tiene un significado que continúa después de que terminan sus años en la Tierra.
Extraordinario!!! Lo estoy viviendo a mi edad 67 años, había estacionado una discapacidad mental, debido a un accidente que tuve perdí capacidades y sin embargo gracias a Dios mi cerebro se conectó. Ustedes son parte del regalo que milagrosamente llegó para salir del victimismo. Muchas gracias 🌹 Dios los bendiga grandemente 🙏🌹