Hay un fenómeno psicológico conocido como “Síndrome de Vida Venidera”, ocurre cuando percibimos nuestra vida, como un ensayo de algo más grande e importante que vendrá más adelante, como si fuéramos a vivir para siempre.
Sin embargo, de repente la vida puede dar un giro de 180 grados. Hay una historia sobre un senador que, repentinamente perdió su deseo de prestigio y éxito político, pues quería disfrutar de los placeres simples de la vida: desayunar con sus amigos, estar en compañía de su esposa, leer un libro, etc.
¿Qué le sucedió? Le diagnosticaron cáncer.
Esto nos muestra que, cuando aparece un fin, los objetivos y placeres excedentes de la vida se desvanecen del horizonte, pierden importancia.
Este fenómeno plantea la pregunta: ¿por qué tenemos un cerebro que puede calcular pagar una cantidad actual de dolor, con el fin de alcanzar placeres y metas en el futuro?
Deberíamos darnos cuenta de que así vivimos y tan pronto como sabemos que el fin está cerca, perdemos interés en esos placeres.
¿Qué podemos tener cuando el fin está cerca? Después de reevaluar los eventos y el significado de la vida, el senador descubrió sabor en placeres simples, como cenar con sus amigos y su esposa. Lo demás perdió sabor. No quedó más que vivir cada momento, para sentir menos dolor.
Aunque, una vida así, definitivamente no es óptima. Idealmente, la vida debería tener momentos en los que nos elevemos por encima de nuestra naturaleza animal y entremos en la naturaleza superior de amor, otorgamiento y conexión, donde de un momento a otro, cambiamos nuestra intención de beneficio propio a beneficio de los demás y de la naturaleza.
Y podremos comprender por qué se nos presenta el fin, por ejemplo, con cáncer u otra enfermedad terminal y cómo debemos vivir, qué debemos dejar atrás y qué debemos hacer con nosotros mismos.
Si usamos cada momento para elevarnos por encima de nuestra naturaleza animal innata y nos centrarnos en el beneficio de los demás, haremos uso más eficaz de nuestro mundo y de la vida que se nos dio, haremos de la vida lo mejor posible para nosotros, para la gente que nos rodea y para las generaciones futuras.
Precisamente por eso nos dan enfermedades como el cáncer. Y debemos preparar a los que cuidan a los que padecen esas enfermedades. Pero, no considero que estas personas sean desafortunadas. Más bien, veo que se les da una gran oportunidad de hacer cambios y correcciones importantes, que en última instancia, sirven para elevarlas al mundo espiritual superior de amor y otorgamiento. Además, pueden hacerlo de forma pacífica. Resulta que los que quedan en este mundo son más desafortunados, pues lo desperdician en placeres fugaces, mientras que los que enferman pueden ascender antes, a una realidad superior.
En nuestro modus operandi, egoísta e innato, no podemos ver que vivimos en un gran engaño, al pensar que algo lograremos en la vida, persiguiendo la mezcla heterogénea de placeres de este mundo. Dado que vivimos en ese engaño, estoy a favor de usarlo como táctica para ayudarnos a salir de la imagen falsa de la realidad y entrar en la real, resolver nuestros problemas existenciales más profundos.
Por ejemplo, si una persona sólo quiere ganar millones y hacerse famosa, buscar sólo su beneficio personal todo el tiempo, sin tener en cuenta a los demás, yo apoyaría que se le sometiera a una especie de juego, con médicos, amigos y familiares, que le den un diagnóstico falso de una enfermedad terminal, que sólo él crea que es real. Si sirviera para sacarlo de su sentimiento falso, de que lo más importante en la vida es su grandeza personal y lograra enfocarse en lo que realmente importa, valdría la pena. Después, se le revelarían que todo fue un juego y lo felices que están todos de verlo despertar de su capullo autónomo y convertirse en una persona más cálida, más considerada y amorosa, que se abre a una realidad mucho más amplia, de armonía y paz, de abrazar cada vez más a los demás.
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