El Estado de Israel y la Covid han tenido una relación tumultuosa (no que fuera muy tranquila en el resto del mundo). Comenzamos siendo el primer país del planeta en frenar el virus. Después de unas semanas, pensamos que podríamos vencerlo y salimos a celebrar. El virus regresó rugiendo. En cuestión de semanas, pasamos del cenit al nadir, ya que más personas por millón contrajeron el virus en nuestro pequeño país, que en cualquier otro lugar, incluso más que en EUA, en sus peores momentos.
Humillados y reacios, volvimos a otro encierro y el tsunami de contagio volvió a retroceder. Cuando salimos, el virus volvió a atacar. Afortunadamente, esta vez llegaron las vacunas e Israel se apresuró a conseguir millones. Funcionó durante un tiempo, el número de casos nuevos se redujo a casi cero.
Luego vino la cepa Delta y se derrumbó lo que pensamos que habíamos logrado. Ahora estamos avanzados en administrar el refuerzo (tercera dosis) de la vacuna, con la esperanza de frenar la propagación una vez más, pero ya no tenemos confianza y ya no tenemos esperanzas de deshacernos realmente del virus. Más que nada, la Covid parece haber derrotado nuestro desafío. Muchos ya no creemos que volveremos a los días anteriores a la Covid y, tienen razón.
La naturaleza no cesará. Desde el principio, en los días del exitoso primer bloqueo, dije que este no es otro virus sino una nueva etapa en nuestra relación con la naturaleza. Se podría decir que agotamos nuestro crédito con ella y ahora exige que paguemos lo que tomamos. Si no queremos pagar, está bien, pero la naturaleza no cederá.
Hay dos formas de aprender a lidiar con la naturaleza: una larga y dolorosa y una corta y agradable. Actualmente vamos por el camino largo y doloroso. En esta ruta, no tomamos en consideración dónde estamos ni a la gente que nos rodea ni al planeta que nos sostiene. Usamos y abusamos de todos en nuestro camino y nos enfocamos sólo en nosotros mismos.
En este camino, el narcisista, ve sólo las necesidades de su yo. Por eso no podemos ver las consecuencias de nuestras acciones y cuando suceden las calamidades, nos sorprenden. Si entramos con los ojos vendados en una calle concurrida, seguramente chocaremos con los demás, tropezamos con obstáculos, incluso nos golpeará el tráfico que no podemos ver.
Cuando, por nuestro ego, sólo vemos nuestras necesidades, nos vendamos los ojos y no tenemos conciencia de lo que existe, no deberían sorprendernos los golpes.
Cuando nos pasan cosas malas, personal, social, nacional o globalmente, no es que sean desgracias que nos hagan personas malas. Estuvieron allí todo el tiempo y podríamos haberlas visto, ser más considerados y evitar roces y molestias. Pero, lo ignoramos y seguimos nuestro camino. El dolor que sentimos ahora no es porque nos golpearon, sino porque chocamos. Somos nosotros los que debemos decir «lo siento» y preocuparnos en ver hacia dónde vamos, no al revés.
Eso nos llevaría al camino corto. Si abrimos los ojos y vemos a nuestro alrededor, veremos que todo está conectado y avanza en sincronía con todo lo demás. En la naturaleza, la consideración mutua es un hecho. En nosotros, es inexistente. Pero si abrimos los ojos, podremos trabajar para conseguirla y construirla entre nosotros.
Al sentir consideración mutua, de acuerdo con la naturaleza, nos sincronizaremos con ella. Y sabremos qué hacer, cuándo y cómo hacerlo, para que la vida siga sin problemas, en su camino.
La vacuna y los bloqueos son necesarios porque no podemos sincronizarnos con la naturaleza. Si lográramos ser tan considerados y armónicos como la naturaleza, no necesitaremos ningún bloqueo, como la naturaleza que nunca se bloquea ni deja de evolucionar.
El freno que la naturaleza nos pone, es la forma en la que nos obliga a detenernos y a tomar un camino más considerado, donde veamos a los demás y no sólo a nosotros mismos. Si tratamos de cambiar nuestra mentalidad y tener consideración mutua, en lugar de alienación y de sentir que lo merecemos todo, seremos libres para vagar por el planeta, seguros, saludables y felices.
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