Con una tenaz pandemia mundial, una nube de polvo del Sahara sin precedente que cruza el Atlántico, y amenaza con estrangular parte del continente americano, con los enjambres de langosta en Asia, África, Oriente Medio y América del Sur, parece que el mundo está de vuelta en el Egipto bíblico. De hecho, lo estamos. Como entonces, Egipto, el gran imperio, el símbolo del orgullo del hombre, se derrumbó ante la naturaleza. Así, ahora, la naturaleza le muestra a la humanidad quién es el jefe. En tiempos bíblicos, había otros lugares a donde ir. Ahora, nos quedamos sin santuarios; o hacemos lo que la naturaleza dice o moriremos en sus manos.
Como muchos habrán notado, el coronavirus es la forma de la naturaleza de decirnos que fuimos demasiado lejos en nuestras facultades, con nuestra explotación de la naturaleza y de los demás. La COVID-19 nos detuvo en seco. Pero no parece que hayamos aprendido mucho durante la pausa. Tan pronto como las autoridades comenzaron a reabrir la economía, nos apresuramos a volver a nuestra forma de ser antigua y egoísta, y el odio que abundaba en todas partes antes de que estallara la plaga, se descontroló después del bloqueo.
Sin embargo, no volveremos a nuestra vida anterior. No porque no lo queramos, sino porque la naturaleza no nos lo permitirá. Nos combatirá hasta que aceptemos su autoridad. Y mientras más intentemos volver a nuestro yo narcisista pre-COVID, más duro será su rechazo. Realmente dolerá.
Pero si elegimos hacer una pausa, nos observamos y comenzamos a reconstruir nuestra comunidad, con cuidado y consideración, también lo hará la naturaleza con nosotros. Nos recompensará diez veces por nuestro esfuerzo en bien de los demás. No habrá ninguna escasez de comida, agua, vivienda, diversión, juegos, de nada.
Llega un momento en la vida de cada niño en el que los padres empiezan a exigirle consideración y atención a los demás. No es castigo; es un requisito para la vida adulta en una sociedad de seres humanos. Hoy, sentimos que la naturaleza nos demanda que seamos mutuamente considerados y atentos. Aquí tampoco es un castigo; es un requisito para la vida adulta en una sociedad de seres humanos.
Escapar de Egipto no es buscar refugio, es escuchar a la naturaleza y aprender de ella, cómo ser adultos cuidadosos y atentos, entre nosotros y con todo en la vida.
Excelente análisis y recomendación.