Las dos semanas de discusiones sobre el clima, en la COP27, en Sharm El-Sheikh, Egipto, terminaron en decepción. Como escribió CNN: “El mundo no logró llegar a un acuerdo para eliminar los combustibles fósiles… el intento de evitar la mayor fuente de emisiones de calentamiento del planeta, que causa la crisis climática terminó en un fiasco después de que varias naciones, incluidas China y Arabia Saudita bloquearon una propuesta clave para eliminar paulatinamente los combustibles fósiles, no sólo el carbón”. Si bien los miembros llegaron a un acuerdo «fundar un fondo por ‘pérdidas y daños’ destinado a ayudar a los países vulnerables para que hagan frente a los desastres del clima», no revertirá el cambio climático ni resolverá los problemas.
Tal vez, se pueda ayudar con las crisis climáticas locales, pero con nuestra actitud actual, no podemos cambiar el clima global. Si queremos cambiarlo, debemos cambiarlo a todos los niveles y ante todo, el clima social que creamos. Mientras sea negativo, agresivo y creciente, el clima global lo reflejará.
La razón para celebrar conferencias mundiales sobre el clima es que el clima es un problema mundial. Todo lo que hacemos, en cualquier país, afecta el clima global. Por eso, sin consideración global mutua, la humanidad no podrá resolver la crisis climática.
Lamentablemente, para trabajar en la consideración mutua global, debemos tener empatía hacia la humanidad y elevarnos por encima de los estrechos intereses de cada país. No estamos ni cerca de esa actitud. Por el contrario, cada país trata de imponer al resto del mundo decisiones que sirven a sus propios intereses y el resultado es una guerra mundial climática, donde todos pierden.
Como ocurre con las guerras, los países ricos y poderosos marcan la pauta. Siguen quemando combustibles que contaminan el aire y aceleran el cambio climático y nada los detendrá, a menos que los desastres naturales sean tan extremos que obliguen a la humanidad a cambiar. Mientras tanto, con palabrería, tal vez para comprar el consentimiento del mundo, establecieron fondos para «pérdidas y daños» y para «reparar» el daño. Esos fondos no resuelven nada y todos lo verán.
Además de los desastres meteorológicos y climas extremos, la crisis tiene otro impacto adverso: los icebergs que han estado congelados por miles de años se están descongelando. Y enterrados en el hielo hay innumerables virus que están despertando y para los cuales, nuestro cuerpo no tiene inmunidad. Los científicos ya están advirtiendo que la siguiente pandemia puede que no venga de animales salvajes ni de errores humanos, sino de los icebergs que se derriten. Un artículo publicado hace dos años, acertadamente lo denominó la «pandemia del permafrost» y advirtió sobre «el riesgo de que vuelvan enfermedades mortales del pasado lejano».
De hecho, si observas las crisis que hoy azotan al mundo, verás que ninguna es local. El Covid es un problema global, el cambio del clima afecta al planeta, el aumento de los precios de la energía y las cadenas de suministro interrumpidas, afectan a toda la humanidad e incluso una crisis local, como la guerra en Ucrania, tiene graves consecuencias para el mundo entero. La interdependencia que afecta a la humanidad se intensificará hasta que no podamos movernos ni respirar, sin afectar al mundo.
En el lado positivo, ninguno de nuestros problemas es insuperable. Si trabajamos juntos, en lugar de unos contra otros, desaparecerán todas las crisis, como si nunca hubiera existido.
Lo que se necesita para solucionar todos los problemas es cambiar nuestra actitud y poner a la humanidad en primer lugar. Dado que la realidad es global, también debería ser nuestro orden de prioridades. Dar prioridad a la humanidad, no sólo ayudará al mundo, sino a cada uno, precisamente porque somos irrevocablemente interdependientes. Si seguimos imponiendo una visión estrecha de la realidad global, seguiremos chocando entre nosotros y con la naturaleza. Si cambiamos nuestra actitud, cambiaremos el clima y cambiaremos el mundo.
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