La intención de la administración Biden de EUA, de reabrir un consulado para los palestinos en Jerusalén, debería ser una advertencia para Israel.
El consulado fue cerrado en 2018 por el expresidente Trump, cuando la embajada de EUA fue trasladada de Tel Aviv a Jerusalén. El cierre obstruyó la esperanza de nuestros enemigos, de que se dividiera la capital de Israel, una esperanza que revivirá si se reabre.
La decisión de la administración Biden, sin el consentimiento de Israel, no sólo rebatirá el derecho internacional, también enviará el mensaje de que día a día y cada vez más, renunciamos al control de casi todo: de Jerusalén y de los territorios, del tejido y la identidad de la nación, de las exorbitantes transferencias de dinero a Gaza, que luego se transforma en armas. Estamos renunciando a nuestro derecho a estar en la Tierra de Israel.
Si sigue esta tendencia, podríamos anticipar un gran peligro para el Estado de Israel. Este proceso sucederá si no entendemos que en las condiciones actuales, si no defendemos nuestra soberanía, si no podemos prever el peligro que se avecina y defender nuestro hogar, no somos aptos para la tierra ni compatibles con la esencia del Estado que debería existir en el suelo israelí. Esta lamentable situación se está materializando muy rápido y me duele en mi interior. Ya no tengo fuerza para decirlo, aunque no tengo otra opción.
Creemos que los judíos somos gente fuerte, porque sobrevivimos al Holocausto y establecimos el Estado, derrotamos a nuestros enemigos en guerras por tierra y a todos los imperios que, a lo largo de la historia quisieron destruirnos, pensamos que hoy tampoco nos perjudicarán. Es un error. No somos un pueblo fuerte, ni emocional ni mental ni físicamente. Toda nuestra fuerza viene de la Fuerza Suprema que nos protege; es el gobierno de la naturaleza lo que nos permite soportar circunstancias extraordinarias.
Esta resistencia especial que se nos da desde arriba, no es por lo que somos -un pueblo dividido- sino por lo que estamos destinados a ser, un pueblo que debería vivir de acuerdo con la gran regla de la Torá, «ama a tu prójimo como a ti mismo» e inculcar ese principio en el mundo.
En teoría, el sentimiento de debilidad ante el escenario amenazante del país, debería hacer que movilicemos fuerzas para protegernos. En la vida real, esto no es verdad. Nuestra debilidad nos trajo a un mal lugar, justo al punto de deterioro en el que nos encontramos hoy. No hay tiempo para distraernos con una fantasía vana en la que, de repente, nos daremos cuenta de que estamos en una pendiente descendente, que elijamos seguir indiferentes y al final, de todos modos, prosperaremos maravillosamente. Esto es una ilusión.
No digo que no haya esperanza. Aún no llegamos a una situación en la que no nos queden opciones, porque todo está perdido. Pero debemos despertar e interiorizar que, de hecho, el verdadero peligro que nos amenaza viene de adentro, fruto de nuestra separación. Depende de nosotros solucionar el problema.
Debemos entender de una vez por todas, quiénes somos y con qué propósito existimos. Debemos reconocer cuál es en realidad, la columna vertebral de la nación. Nuestra nación no es sólo un grupo aleatorio de exiliados, sino un grupo representativo, compuesto por gente de todas las naciones del mundo, es como una réplica de la humanidad, una amalgama que debe ser ejemplo de cohesión para todos los pueblos. Cumplir esa misión es nuestra vocación y la fuente de nuestra fuerza y nuestro ímpetu para lograrlo, radica en la Fuerza Suprema que tenemos cuando superamos las diferencias y nos unimos en una unidad sólida e indivisible.
Como está escrito, “Si tomas un manojo de carrizos, no puedes romperlos. Pero si tomas uno a la vez, incluso un bebé los romperá. De la misma manera, Israel no será redimido hasta que todos sean un solo manojo». (Midrash)
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