Nos gusta considerarnos como personas con conciencia y moralidad. Pero el COVID-19 –popularmente denominado coronavirus– está dejando al descubierto cuál es nuestra verdadera naturaleza: egoístas hasta la médula.
El 2019 se batió un récord con la fiebre del dengue en Latinoamérica. Aproximadamente 3 millones de personas resultaron infectadas y 1.500 murieron. Cada año, esta enfermedad se cobra cada vez más, pero casi nadie fuera de Latinoamérica lo sabe. ¿Por qué? Debido a que es Latinoamérica y, para Occidente, las vidas latinoamericanas valen menos que las vidas de Europa occidental o norteamericanas. Si en el mundo occidental valorásemos las vidas latinoamericanas como valoramos las nuestras, los medios les darían la debida cobertura.
Así también ha ocurrido con el Coronavirus, que despertó muy poco interés mientras permanecía en la zona interior de China. ¿De veras nos sentiríamos alarmados si el virus matara, digamos, cien mil –o incluso un millón– de personas en China sin llegar a otros países? ¿Qué más hace falta para que nos retorzamos incómodamente en nuestros sofás? La respuesta no sería un número, sino la identidad de los afectados.
Nos gusta considerarnos como personas con conciencia y moralidad. Pero el COVID-19 –popularmente denominado coronavirus– está dejando al descubierto cuál es nuestra verdadera naturaleza: egoístas hasta la médula. Y por eso, el mundo ha comenzado a sentir pánico con el coronavirus solo cuando ha visto que se extendía al resto del planeta: esta es la triste realidad de nuestras vidas.
Dos lecciones del virus
Hasta ahora, el coronavirus nos ha enseñado dos lecciones muy importantes:
- Todos somos iguales ante la naturaleza. Ya seas rico o pobre, un tirano o un siervo, al pequeño germen no le importa en absoluto: te golpea de igual modo.
- Todos nosotros dependemos unos de otros. Estamos transmitiendo el virus de una persona a otra y el comportamiento irresponsable de una persona, aunque sea sin darse cuenta, puede costarle la vida a otras personas y puede causar a muchos otros dolor y agonía.
Lo que el virus no va a enseñarnos es cómo convertir esta interdependencia negativa en otra positiva. Esto tendremos que aprenderlo por nuestra cuenta, a través de nuestros esfuerzos para construir un nuevo paradigma de vida. Si centramos los esfuerzos en mejorar la vida de todos en lugar de únicamente la nuestra –y además suele ser a expensas de los demás– transformaremos nuestro entorno, tanto el social como el ecológico.
Esta pandemia es una oportunidad para desarrollar una nueva perspectiva de nosotros mismos y visualizar el éxito no como un triunfo sobre los demás, sino como el empoderamiento de la sociedad en su conjunto. Es cierto que este pensamiento va en contra de nuestra naturaleza humana, pero es que hasta la propia naturaleza va en contra de nuestra naturaleza hoy por hoy. Así que lo mejor es que comencemos a pensar de otro modo. De no cambiar nuestra forma de pensar, será la realidad quien nos obligue a hacerlo y de un modo mucho más traumático.
La enfermedad del coronavirus es el preludio de una serie de adversidades que afectarán a la humanidad hasta que estemos dispuestos a ser responsables unos de otros a nivel social y ecológico. Ya resulta evidente que el virus es una prueba para medir nuestra consideración mutua. Solo hay que fijarse en cómo reaccionó China al comienzo del brote, fingiendo que el virus no era gran cosa, y cómo ha logrado frenar su propagación: confinando a todos en una cuarentena hasta que la propagación disminuyera. Y funcionó. Solo hay que fijarse en cómo Italia inicialmente desestimó la amenaza, y cómo los resultados son catastróficos.
Ahora sería bueno llevar esa responsabilidad mutua obligatoria a un siguiente nivel y comenzar a recoger sus frutos. Podemos hacer mucho más que curar a la sociedad del virus. Podemos curar la división, la soledad y la depresión que sufría nuestra sociedad mucho antes del virus. Lo único necesario es una voluntad de aceptar que somos responsables unos de otros.
Valorar las diferencias
En cuanto adoptemos la responsabilidad mutua, aprenderemos a valorar las diferencias de los demás. Nuestras individualidades ya no nos separarán, sino que nos conectarán y nos proporcionarán a cada uno formas únicas de contribuir a la sociedad que nadie más podría ofrecer.
Las cuestiones raciales o igualdad de género desaparecerán, porque cada persona tendrá un valor inestimable. ¿Cuál es valor de una persona que tiene cualidades únicas que nadie más tiene y que está dispuesta a usarlas en beneficio de toda la sociedad? ¿Qué importancia tendrá que esa persona venga de Latinoamérica, China o Alemania? ¿Qué importancia tendrá si esa persona está bien educada o no, si es rica o pobre, negra, blanca o amarilla? Nada de eso tendrá importancia. Lo único importante será que esa persona tiene un valiosísimo regalo que darnos a todos. Así es la realidad de las personas que viven en responsabilidad mutua.
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