Permítanme contarles una historia real que nos da un mensaje importante a todos. Halleli, una niña de 4 años, de Jerusalén, con necesidades especiales, quería celebrar su cumpleaños con sus amigos del jardín de niños. Sus amorosos padres organizaron todo: el lugar, la comida y las golosinas, un payaso para entretener a los niños y varias actividades divertidas que todos los niños disfrutan haciendo. Todos sus amigos del jardín de niños le habían prometido que vendrían y Halleli estaba ansiosa por celebrar con ellos. Pero al final, sólo apareció una chica. Los dulces, el payaso y los juegos se quedaron allí, intactos y no deseados.
Al día siguiente, con el corazón roto, la niña se negó a ir al jardín de niños. Sus padres estaban fuera de sí por el dolor y la preocupación por su hija y no sabían cómo consolarla. En su angustia, el padre de Halleli publicó en las redes sociales lo que había sucedido y las cosas mejoraron bruscamente.
Un hombre del barrio leyó el mensaje y se sintió abrumado por la emoción. «Yo también tengo hijos», pensó. «¿Y si fuera mi hija?» Sintió que tenía que hacer algo para darle a esa chica una experiencia que borrara su tristeza. Decidió organizarle la fiesta de cumpleaños de su vida.
Peinó el vecindario y les contó a todos sobre Halleli y que estaba organizando una fiesta de cumpleaños para ella y les pidió a todos que fueran. Unos días después, Halleli celebró su fiesta. Esta vez, cientos de niños y sus padres se presentaron para hacer feliz a la niña en su día especial. Sus padres estaban encantados y agradecidos más allá de las palabras con el amable extraño y en cuanto a Halleli, su rostro brillaba más que el sol.
Esta historia no sólo nos habla de la bondad humana. Es una señal de advertencia. Demuestra lo desalmados, tal vez incluso crueles, que podemos ser si no estamos organizados e impulsados a la acción positiva. También demuestra el inmenso potencial que hay en la responsabilidad mutua en la sociedad. Cuando la gente que no se conoce, se ayuda, porque este es el valor por el que vive, lo que una sociedad así puede lograr, no tiene fin.
El pueblo judío se convirtió en nación cuando extraños sintieron que las palabras de su maestro Abraham, eran lo suficientemente convincentes como para implementarlas. Sus enseñanzas de que la bondad y la misericordia eran la clave para resolver los problemas de la sociedad, tocaron la fibra sensible de su corazón y se unieron a su grupo. Por eso, la responsabilidad mutua y «ama a tu prójimo como a ti mismo» son los principios del judaísmo, son leyes sociales que no se relacionan con Dios sino con nuestro prójimo.
Hoy, cuando la alienación impregna todos los rincones de la sociedad humana, necesitamos desesperadamente la responsabilidad mutua y el cuidado de los demás. Estas son las únicas cualidades, los únicos valores que pueden evitar que la sociedad humana colapse por completo. Así como Abraham había descubierto que el remedio para los males sociales de su tierra natal era cuidar a los demás, ahora todos debemos darnos cuenta de que la cura para la crueldad no ha cambiado desde la antigüedad. La única diferencia es que ahora la alienación se ha extendido por todo el mundo.
La humanidad debe hacer hoy lo que hicieron los antiguos hebreos: unirse por encima de las divisiones y crear amor por los demás donde sólo hay odio. Quizás historias conmovedoras como la del cumpleaños de Halleli nos ayuden a darnos cuenta de que la responsabilidad mutua no es una noción noble poco realista, sino que es un paso imperativo que debemos dar para asegurar nuestra supervivencia como sociedad funcional.
Muy conmovedor y muy realista. Esta sociedad en que susistimos es cruel. Lo vemos a diario. Primero Yo, luego Yo y después Yo creo que se vive a la sombra de ese pensamiento y lo más cruel es el dice sacaré provecho del sufrimiento del otro.