El dinero importa

Se dice que el dinero no lo es todo en la vida. Puede ser cierto, aunque puede comprar casi cualquier cosa. Generalmente nuestros deseos se dividen en seis categorías: comida, sexo, familia, dinero, poder, conocimiento. El dinero, la cuarta categoría, puede adquirir las otras cinco. En otras palabras, dinero es poder; es un equivalente que se puede cambiar por cualquier cosa que queramos o necesitemos. Por eso, en hebreo, la palabra Kesef (dinero) tiene dos significados: Kisuf (querer/anhelar) y Kisui (cubrir). En otras palabras, el dinero puede cubrir (satisfacer) todos nuestros deseos.

Mientras más se desarrolla la civilización, más se desarrollan sus sistemas monetarios. Nos hicimos totalmente dependientes, ya no podemos intercambiar productos como lo hicieron nuestros antepasados y tenemos que usar algo equivalente en valor a los productos que queremos intercambiar, algo portátil, coleccionable y valorado por igual en todo el mundo. El dinero cumple con todos estos requisitos.

Lo único que puede reemplazar al dinero es el amor, pues el amor nos impulsa a dar y recibir con equidad y justicia. Lamentablemente, no hay amor en la sociedad humana, excepto entre padres e hijos, hoy ni siquiera esto es un hecho. En cualquier caso, en el factor social actual, con base en la desconfianza, el único medio práctico de intercambio, es el dinero.

Sin embargo, para un número cada vez mayor de personas, hay algo que vale más que el dinero, a pesar de todo lo que puede comprar. Buscan algo que el dinero no puede comprar. El dinero puede comprar cualquier cosa en la vida, pero no puede explicar el significado de la vida misma, ¡el propósito de la vida!

Por lo general, cuando somos jóvenes, nos enfocamos más en ganar dinero, pensando que eso nos hará felices y nos sentiremos seguros. A medida que maduramos y llegamos a los 30 o 40 años, nos damos cuenta de que podemos haber ganado suficiente dinero para asegurar nuestra vida, más o menos, pero no sabemos para qué vivimos. “Está bien, nací, he vivido hasta ahora y tengo hijos que vivirán después de mí. Pero ahora estoy viendo varias décadas más de vida, donde pasaré por situaciones y no entenderé para qué sirve nada”.

Piensa en todo lo que hacemos en la vida; siempre sabemos lo que queremos de ella. Pero ¿cómo podemos seguir viviendo sin saber para qué estamos aquí? Ningún dinero puede responder a esta pregunta, por eso, la mayoría ni siquiera la acepta.

Mi opinión personal, como alguien que está mucho más ocupado en el sentido de la vida que en invertir en satisfacciones efímeras, es que el dinero debe satisfacer nuestras necesidades básicas. Deberíamos tener suficiente para asegurar nuestra salud, vivienda, educación y alimentos para nosotros y nuestra familia. Más allá de estas necesidades básicas, no tengo ningún placer en acumular efectivo. Prefiero pasar mi tiempo desarrollando los reinos superiores de la vida, los que tienen que ver con el propósito de la vida y no con asegurar mi existencia física.

Aquí hay otro punto: los que persiguen el dinero y otros placeres corporales, nunca están verdaderamente satisfechos. Si se conforman con lo que tienen, es sólo porque están demasiado cansados o temen seguir luchando, no es que no quieran más. Esas personas nunca pueden estar satisfechas, porque la satisfacción misma de sus deseos les hace crecer. Dado que la sensación de vitalidad surge de satisfacer nuestros deseos, una vez satisfechos, ya no nos sentimos vivos, porque no hay deseos que satisfacer. Como resultado, surgen deseos nuevos y más intensos.

Por otro lado, la persona que se esfuerza por conocer el propósito de la vida, siempre está satisfecha, porque no necesita lograr nada más para ser feliz. La búsqueda misma la hace sentir viva y llena de energía. También querrá aprender más, pero su propósito no será saber, sino aprender y siempre estará satisfecha y deficiente al mismo tiempo.

Para gente así, el dinero no importa. Lo único que le importa es aprender y explorar el mundo en el que vive, cómo y por qué funciona y cómo puede hacer que funcione mejor.

El texto es un resumen de las palabras del doctor Michael Laitman en el programa 𝘌𝘭 𝘔𝘶𝘯𝘥𝘰