El ego fue genial mientras nos sirvió. El deseo de poder, conocimiento y riqueza llevó a la civilización a innovar, crear y desafiar sus propios límites. Gracias al ego, ahora vivimos más, nuestra vida es más fácil y nos dedicamos mucho más a cumplir nuestros sueños, que a luchar por sobrevivir.
Pero durante las últimas décadas, el ego creció fuera de toda proporción. Ya no funciona a nuestro favor; se volvió tóxico y nocivo. Hoy, el ego nos hace intolerantes a otros puntos de vista, explota a otros y a la naturaleza, y hace caso omiso de la ruina que le dejaremos a nuestros hijos. De hecho, en algunos países, incluso los niños ya son una rareza, pues para la gente, criar niños es una una tarea poco gratificante.
Con esas tendencias antinaturales y de excesivo ensimismamiento, el ego está destruyendo el planeta en el que existimos, la sociedad en la que vivimos e incluso nuestro propio cuerpo. En una palabra, el ego nos está matando.
Actualmente, el ego les dice a muchas personas que no usen mascarillas y que luchen por su libre albedrío. Pero en este momento de pandemia, ¿que podría ser más ruinoso para nosotros y para los demás que no seguir el requisito mínimo para evitar el contagio? Sin embargo, el ego nos ciega al hecho de que está arriesgando nuestra vida y la vida de nuestros seres queridos, en nombre de una falsa libertad, cuando, en verdad, el ego es el amo y nosotros somos sus esclavos.
Tomemos el nacionalismo, por ejemplo, un tipo clásico de egoísmo. Demoniza a otro país o nación y nos convence de que, si arruinamos, empobrecemos o conquistamos a ese monstruo, nuestra vida será de color de rosa. Nos incita a lanzar una campaña contra nuestro supuesto némesis y cuando terminamos, devastados y con el corazón roto, nos dice que fuimos utilizados nuevamente por políticos oportunistas y magnates desalmados. Y así terminamos en la ruina, oprimidos y sin esperanza. Pero detrás de la escena, es el ego humano el que dirige el espectáculo, se ríe de todos nosotros a nuestra espalda.
Ni las opiniones más extremistas deben ser destruidas. Es un extremo y su extremo opuesto también existe y juntos, nos permiten distinguir el bien del mal, elegir la unidad sobre la separación, el cuidado sobre el descuido y la conexión sobre la separación. Si no fuera por los extremos, no podríamos desarrollarnos.
Es hora de poner fin a la era del ego. Es hora de ver que si levantamos la cabeza y vemos al otro, en lugar de ver nuestras peculiaridades, encontraremos que no tenemos enemigos.
El que es diferente a mí, me muestra algo que nunca podría ver yo solo. Revelamos nueva belleza, transmitimos nuevas ideas e introducimos nuevas formas de pensar, simplemente siendo diferentes. Es la diversidad lo que hace que el mundo en el que vivimos sea hermoso y esa diversidad lo mantiene en marcha.
La misma naturaleza que gobierna el mundo en el que vivimos, crea los fenómenos más extraños de la humanidad. Y así como no comete errores cuando crea árboles, no comete errores cuando crea diferentes personas. Nosotros somos los que tenemos la perspectiva equivocada. Somos los que pensamos que la opinión es buena, si es mía, y no podemos ver que en la naturaleza nada es uniforme, la diversidad gobierna y gracias a ella, prosperamos. Si la naturaleza hubiera uniformado a la humanidad, no sabríamos qué tenemos que cambiar y continuaríamos llevando nuestro estilo de vida insostenible hasta nuestro lamentable final.
De hecho, si intentamos aniquilarlos, crecerán bajo la superficie e infestarán a toda nuestra sociedad. Así sí son peligrosos, cuando no los usamos para cultivar la unidad y tratamos de desarraigarlos por la fuerza.
Pero ahora que la naturaleza demostró cómo puede ser la humanidad, podemos elevarnos y acabar con la era del ego. Podemos mantenerlo como recordatorio de cómo podríamos ser si no somos conscientes, pero en lugar del ego, es hora de que marquemos el inicio de la era del cuidado mutuo.
Excelente artículo. Es necesario el cambio en la humanidad. Y no es una opción . Ha llegado el cambio de conciencia.