La creciente inflación en el mundo y la premonitoria escasez de alimentos han creado una bola de nieve que rueda montaña abajo, directo hacia nosotros. Nadie está seguro. Algunos países son más vulnerables que otros, pero todos están en peligro. Tenemos el poder y la capacidad de mitigar la situación, tal vez incluso de resolver la crisis por completo, pero depende de cómo nos relacionemos entre nosotros, con la Tierra y con las guerras, es decir, con todos los problemas que realmente perturban nuestra vida, no es carencia, sino nuestro odio mutuo, lo que provoca el hambre.
La crisis afectará a todos en todas partes. El mundo occidental lo afrontará mejor que los desfavorecidos países del tercer mundo, pero todos sentirán el calor. En los países más pobres, sin embargo, será una crisis muy grave y la única forma de prepararse es el esfuerzo de cooperación internacional, para preparar y mitigar el evento.
También hay soluciones tecnológicas. Israel, por ejemplo, tiene tecnologías para aumentar el rendimiento de las plantas, disminuir su dependencia de agua y suelo, estimular sus sistemas inmunológicos y hacerlos menos sensibles a los fenómenos meteorológicos extremos.
En resumen, las formas y los medios para superar la crisis alimentaria están ahí, los recursos están ahí y los medios de producción están ahí. Podríamos superar la crisis fácilmente si no fuera por una falla: cada país piensa sólo en sí mismo y si piensa en otro país, siempre es para «¿Usarlos para beneficiarme?» sin ninguna responsabilidad ni respeto por el otro país.
Por eso no soy optimista. Si bien los problemas no son irresolubles, no podemos resolver ni siquiera el más pequeño, como vemos hoy, porque nos fallamos unos a otros.
Ni siquiera el país más fuerte puede atravesar la tormenta ileso. Pero juntos, nada puede hacernos daño. Cuando dejamos que el ego marque la pauta, terminamos en un mundo de escasez, hostilidad y destrucción. Pero cuando nos elevamos por encima, nos montamos en las crestas blancas de las olas, como tablas de surf.
Convertimos a la sociedad humana en nido de serpientes. La única vez que evitamos morder a otros es cuando tenemos miedo de que el mordido muerda más fuerte. Pero cuando vemos que no nos devolverán el golpe, atacamos como víboras, sin vacilación ni remordimiento.
Para avanzar hacia la solución, primero debemos entender quiénes somos. Necesitamos no sólo reconocer nuestro ego, también reconocer su letalidad. A menos que nos duela ser egoístas, no tendremos motivos para actuar en contra. La única guerra que realmente debemos pelear, si queremos mejorar nuestra vida, es la guerra contra nuestro propio ego. De hecho, es el núcleo de la bola de nieve rodante que se precipita hacia nosotros.
Tomará un tiempo antes de que estemos preparados, pero al final tendremos que entender que la única solución a la crisis alimentaria es distribuir alimentos uniformemente. No estamos allí, por supuesto, pero eventualmente no tendremos otra opción y sucederá de una forma u otra.
Por el momento, estamos tan lejos de la idea de compartir o cuidar, que los países queman las cosechas de los demás, es una locura en términos de las necesidades globales. Pero cuando no tenemos en mente las necesidades del mundo, sólo las nuestras, cualquier cosa que dañe a los demás parece tener sentido perfecto.
Por eso, primero debemos aprender que estamos conectados. Debemos entender que, al lastimar a otros, invariablemente nos lastimamos a nosotros mismos, aun cuando no lo sintamos de inmediato. A continuación, debemos aprender a comportarnos de acuerdo con el entendimiento de que todos estamos conectados y dependemos unos de otros.
Una vez que entendamos que no tenemos más remedio que cuidar a otros como nos cuidamos a nosotros mismos, pues, al hacerlo, en realidad nos ayudamos, sabremos qué hacer, qué no hacer y cómo hacer lo que tenemos que hacer para que todos tengan lo que necesitan. Y todos estarán saciados, seguros y felices. Podemos evitar que la bola de nieve ruede; la elección está en nuestras manos.
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