Recientemente, Malcolm Hoenlein, que preside la Conferencia de Presidentes de América, dijo en una entrevista que el antisemitismo está aumentando en EE.UU. sin lugar a dudas. Y lo que es más, momentos antes de mencionar este incremento del antisemitismo, el entrevistador, Attila Somfalvi, le preguntó: “Si tuviera usted que destacar una amenaza para la comunidad judía… ¿cuál sería la mayor amenaza en estos próximos cinco años?”. La respuesta de Hoenlein: “la primera amenaza es la unidad interna: la unidad entre los judíos –en el seno de la comunidad judía– y también entre Israel y las comunidades judías”.
Es realmente alentador ver cómo una figura central en la comunidad judía estadounidense reconoce que nuestro principal problema es la unidad. Resulta menos alentador pensar en los obstáculos que esta opinión tendrá que superar antes de convertirse en la opinión mayoritaria dentro de la comunidad judía, tanto en EE.UU. como en Israel. Actualmente, el ambiente de la comunidad judía estadounidense está repleto de desconfianza y distanciamiento; y las próximas elecciones acentúan aún más la brecha entre los partidarios de los “burros” y los partidarios de los “elefantes”. Al igual que en EE.UU., el discurso político en Israel alcanzó nuevas cotas de animosidad y virulencia durante las elecciones pasadas y no ha habido forma de moderarlo.
Lamentablemente, para que la mayoría de nosotros entienda cuán importante es nuestra unidad si queremos sobrevivir, parece que aún vamos a necesitar una mayor dosis del ingrediente que normalmente nos empuja a unirnos: el antisemitismo. Sin el odio a los judíos, nunca sentiríamos deseo de unirnos y seguiríamos defendiendo el capitalismo desenfrenado y la competencia como si eso fuera el regalo de Dios a la humanidad. Solamente cuando el mundo nos golpea de forma colectiva recordamos que fuimos nosotros quienes promovimos el principio de “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y que en él se encuentra nuestra salvación.
No sentir deseo por la unidad es algo perfectamente natural. Cuando pensamos en ello, inmediatamente imaginamos los compromisos y concesiones que tendríamos que hacer; ¿y quién quiere algo así?
Pero aquí es donde nos equivocamos. Pensémoslo: si usted pudiera criar a sus hijos de tal forma que nunca tuvieran que transigir y siempre pudieran hacer lo que quisieran y salirse con la suya y aun así no ser unos malcriados… ¿no elegiría esto para ellos? Ese es exactamente el gran beneficio de esa unidad especial que nosotros, el pueblo de Israel, logramos desarrollar amando a los demás como a uno mismo.
Cuando la unidad es tal que se siente como si fuéramos una única entidad, entonces, cuanto más potente se vuelve cada elemento en ese colectivo, mayores son los beneficios para el conjunto. En la práctica esto se traduce en que podemos y debemos desarrollar al máximo nuestras capacidades especiales, pero debemos hacerlo por el bien de la sociedad, no para nosotros mismos. Todo judío tiene una inclinación natural hacia esto, y si lo pusiéramos en práctica, desencadenaríamos en la sociedad una fuerza inimaginable.
En un ambiente así, podríamos ser realmente lo que somos, y no habría que gastar energías levantando defensas ya que tendríamos la certeza de que cada uno de nosotros está contribuyendo a mejorar la colectividad aportando su esencia única. En lugar de competir, nos alentaríamos unos a otros a ser únicos para prosperar y destacar, porque entenderíamos que el beneficio de cada uno es el beneficio de todos.
Esta es la clase de “luz para las naciones” que deberíamos aspirar a ser. Y es el tipo de sociedad a la que el profesor Paul Johnson –historiador británico– hace referencia en Historia de los judíos:
“En una etapa muy temprana de su existencia colectiva, creyeron haber identificado un esquema divino para la raza humana, y su propia sociedad debía ser un ensayo del mismo”.
Si nos ayudamos unos a otros a promover una sociedad así, erradicaremos el antisemitismo sin tener que luchar contra él porque, sin duda, esta es una batalla perdida. No obstante, podemos erradicarlo: simplemente ofreciendo un ejemplo de cómo deberíamos relacionamos unos con otros y proporcionando la manera de lograrlo.